Es posible que esta crisis, al menos, nos haya llamado a pensar en el planeta. No sólo en lo vulnerables que somos, sino en qué podemos hacer cada uno de nosotros para conservarlo para nuestros hijos y nuestras nietas.
Según algunos estudios preliminares, en tan solo unos meses hemos aprendido a llevar nuestra propia bolsa a la compra, somos más conscientes de lo que compramos y hemos sabido que se puede vivir con mucho menos.
A la fuerza, hemos tenido que cambiar nuestro patrón de consumo, ese que aboca al desastre a generaciones futuras si no le ponemos límites y que es en realidad muy reciente.
Sector textil
En lo que respecta a sector textil, entre 2000 y 2014 la producción se ha duplicado, según McKinsey.
La media de prendas que cada año compramos en el mundo es de 14 por ciudadano. Por supuesto, esa media es resultado de una enorme desigualdad.
Un ciudadano medio de Etiopía no comprará apenas ninguna. Uno de Madrid o de Nueva York o Seúl adquirirá probablemente más de 30.
La industria textil, según el Banco Mundial, es la causante del diez por ciento de las emisiones de carbono, más que las que producen todos los aviones y los barcos juntos.
Las camisetas, los pantalones y los vestidos que compramos en masa en el norte (y que se fabrican en condiciones insalubres en el sur) desperdician cada año agua que daría de beber a cinco millones de personas.
Las organizaciones ecologistas denuncian cada año que las fábricas asiáticas que proveen a las grandes marcas de ropa, no solo tiran inútilmente agua, sino que contaminan ríos y lagos imprescindibles para mantener el equilibro en la vida de las familias de los propios trabajadores de esas mismas fábricas.
El 87 por ciento de los materiales textiles utilizados no se reciclan. Son incinerados o enterrados.
La conciencia social – y las leyes – que invitan a reciclar baterías, electrodomésticos, envases y plásticos, no han llegado aún a la industria textil. Si la camiseta se rompe, se tira y punto.
Por cinco euros puedes comprar otra igual a la vuelta de la esquina.
Consumo
Cambiar el patrón de consumo en un sector como el del textil es más difícil que en otros ámbitos.
Primero, porque ha sido un factor de igualdad en las sociedades contemporáneas, al menos en las apariencias. Los grandes fabricantes – apenas cinco grandes marcas mundiales – han logrado que ricos y pobres vistan más o menos igual, afortunadamente.
Segundo, porque el consumo desmedido se premia socialmente: lo supuestamente vanguardista es no repetir la misma ropa muchas veces, es decir, no reutilizar, el vector más importante del conservacionismo.
Y tercero, porque, conscientes del “riesgo” de un posible castigo social y legal por sus prácticas, la propia industria se ha apresurado a esconderse bajo etiquetas pretendidamente ecológicas, que en realidad no lo son.
El algodón, por ejemplo, puede ser “ecológico”, pero si se ha teñido en procesos industriales seguirá siendo muy contaminante. Por eso la única solución pasa por consumir menos.
Tejer tu propia ropa
La empresa que fundé hace nueve años se dedica a vender por Internet ovillos de lana y patrones para tejer en doce países.
Cuando la fundamos, con 23 años, a mi socio y a mi no nos guiaba en absoluto la conciencia medioambiental, sino sólo la pasión empresarial y, en todo caso, el encanto de emprender en el sector de la moda.
Descubrimos pronto, sin embargo, el enorme valor que podía adquirir nuestra actividad.
Tejer tu propia ropa tiene efectos secundarios muy benéficos. Quien pasa veinte horas para hacerse su propio jersey, lo cuidará por siempre, lo reparará si se rompe y su hija lo heredará después.
Y comprenderá que si ese mismo modelo de jersey cuesta 20 euros en la tienda, tal cosa solo puede ser con costes sociales, económicos y medioambientales elevados que alguien tiene que estar pagando: aguas contaminadas, cielos sucios, salarios de semiesclavitud.
De otro modo, las cuentas no cuadrarían.
La solución no pasa, por supuesto, porque cada cual teja su propia vestimenta, como hacían nuestras abuelas.
Pero sí requiere políticas empresariales y fiscales, y también cambios en la educación de nuestros hijos e hijas, que rescaten ese espíritu de las viejas generaciones.
Que animen a comprar menos, a cuidar las cosas, a repararlas, a reciclarlas. Cuando llegue el momento en que cambiar de modelito a diario esté pasado de moda, estaremos en el buen camino.
Mientras tanto, en cada una de esas bolsas llenas de prendas baratas en las grandes avenidas de las ciudades del norte, llevaremos también, invisible, el castigo al sur y el grito de una Tierra cada día más herida.
(*) Pepita Marín es Premio Princesa de Girona 2020 y cofundadora de We Are Knitters.
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Creadores de Opinión Verde #CDO es un blog colectivo coordinado por Arturo Larena, director de EFEverde [/box]
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