Madrid.- El antropólogo social Jaume Franquesa, profesor en la Universidad de Búfalo (EEUU), estudió de cerca los conflictos territoriales por el despliegue renovable en España, disputas que han generado una “desconexión” entre lo rural y lo urbano y cuya resolución debería ser una prioridad, “una tarea de primer orden”.
Así lo explica en una entrevista a EFE el autor de “Molinos y gigantes”, que la editorial Errata Naturae acaba de publicar en español -el original en inglés- rescatando este análisis antropológico de 2018 de los movimientos locales de resistencia ante macroproyectos de energía eólica, a propósito del debate público ahora en el país.
Un debate más candente que nunca, como pone de manifiesto que dos de las películas españolas más taquilleras del último año -“Alcarràs” y “As Bestas”- reflejen que los macroproyectos de renovables “pueden llegar a ser sentidos como amenazas muy grandes a la identidad y al futuro de la zona” y alimentan “todo tipo de rencillas y enfrentamientos” en la población rural, arguye Franquesa.
Es, además, una conversación que decidirá el futuro de la transición ecológica, sugiere el autor en su libro.
En él repasa la historia de luchas locales en el sur de Cataluña -productora de dos tercios de la electricidad que se consume en esta comunidad- frente a los “gigantes” que se han tratado de imponer: ya fueran presas hidroeléctricas, centrales nucleares o, ahora, parques eólicos.
“Esta es una cuestión que no puede enfocarse solamente desde la política energética; es una cuestión de desarrollo territorial”, asevera el experto.
“Tenemos que pensar qué país queremos”, sentencia, y para ello defiende que “hace falta planificación y participación, sobre todo una toma de decisiones democrática”.
“Fiar la solución a quienes han sido protagonistas del problema es un mal punto de partida”, mantiene.
Subraya también la importancia de cambiar el modelo energético, abriendo parte de la propiedad de los parques fotovoltaicos o eólicos de forma que las comunidades locales participen de sus beneficios, entre otras soluciones posibles.
“Es un asunto complejo”, admite el antropólogo, que ante todo deja clara su postura, en favor del desarrollo renovable también a gran escala, pero más distribuido.
Considera que la transición energética tiene que implicar además una sustitución de fuentes -y no una adición- de manera que se descarbonice el sector energético pasando a las tecnologías sin emisiones (renovables) y abandonando los combustibles fósiles.
E incide en que esta transición tiene que implicar un decrecimiento también en la producción y en el consumo, en lugar de que se añadan las fuentes renovables a las fósiles y se genere más energía.
Por otro lado, juzga que hay que acercar “los centros de producción al consumo” para evitar que haya comarcas que se vean convertidas en meras generadoras de energía para alimentar a las grandes urbes.
Un problema, recalca Franquesa, es que la “fetichización de la energía” -la disociación entre la generación de energía y sus impactos sociales- ha favorecido un modelo que ensancha la distancia entre el mundo rural y el urbano.
Y ha provocado una “desconexión” que “incrementa la falta de comprensión entre un lado y otro, y hace que estas luchas por parte de plataformas locales se vean como mucho más quijotescas”.
Que se agraven estas disputas, opina, preocupa especialmente ante el avance de la ultraderecha pues “Vox ya intentó captar el descontento del mundo rural” en el contexto de la España que se vacía y siguiendo la estela del “capítulo más rural” de la derecha francesa, recuerda, aunque celebra que “el mundo rural ha demostrado ser menos débil que eso”.
“Pero la amenaza está ahí”, señala, y “cuanta menos posibilidad haya de debate democrático, de diálogo entre el mundo rural y el urbano, más fácil es que tenga calado el discurso de la extrema derecha en estas zonas”, advierte. EFEverde