El comienzo de un nuevo año es un momento de reflexión y de resoluciones. Dado que en 2020 hemos sido aún más conscientes de la importancia de cuidar el medio ambiente, muchos consumidores se plantean cómo minimizar el impacto ambiental de su consumo, incluyendo los alimentos.
Dada la creciente preocupación de la ciudadanía por el estado de las poblaciones de los océanos, la piscicultura (también conocida como acuicultura) nos es presentada como una alternativa más sostenible al consumo de peces y mariscos salvajes. Pero ¿qué sabemos realmente los consumidores acerca de la acuicultura? ¿Somos conscientes de los daños que genera en los océanos y en las comunidades que de ellos dependen directamente? ¿Sabemos que estos animales son alimentados con pescado salvaje capturado en Africa Occidental y en otros países del Sur Global?
En la investigación que acabamos de presentar, titulada Atrapados: cómo los supermercados españoles abordan el empleo de pescado salvaje en su cadena de suministro acuícola, sobre los sectores de la acuicultura y de la distribución, y éstos no sale muy bien parados: los 10 principales supermercados en este país no tienen el control que debieran sobre el origen del alimento de los peces y mariscos provenientes de la acuicultura.
Así, aunque se vende como ‘sostenible’, parte de la acuicultura está contribuyendo a la destrucción de ecosistemas marinos y de los medios de vida de millones de personas. Es un sector en el que, como se ha comprobado en esta investigación, en este país estamos muy por detrás de nuestros homólogos europeos, sobre todo si se compara con los resultados obtenidos en otros países (el Reino Unido o Alemania, por ejemplo), donde al menos algunas empresas reconocen la necesidad de eliminar el pescado salvaje en los piensos para acuicultura.
En nuestro informe hemos comprobado que en los pescados y mariscos que llegan a nuestras mesas procedentes de piscifactorías no existe control sobre la alimentación de éstos con peces salvajes, es decir, procedentes de ecosistemas marinos. Ha quedado claro que ningún supermercado tiene como objetivo eliminar productos acuícolas alimentados con pescado salvaje, que no están invirtiendo recursos para buscar alternativas sostenibles y que no se informa bien a los consumidores. Es más, incluso existe una fuerte inversión en marketing para algunos de estos productos, como el salmón y sus derivados.
Todo ello es importante en un país en el que el consumo de pescado y marisco per cápita es de los más altos del mundo. A nivel global, la acuicultura es el sector alimentario que más rápido crece y se calcula que en una década representará ya el 60% del consumo mundial de pescado. España es, además, el país de la Unión Europea con la producción más elevada, alcanzando ya las 311.000 toneladas, es decir, casi la cuarta parte de toda la UE. En el caso del salmón fresco, en 2017 ya era el segundo mayor consumidor europeo (con el 26%).
En medio siglo ha aumentado la población mundial, pero es que desde 1961 el incremento de consumo de pescado ha doblado el de seres humanos. Y España lidera este incremento con un 4,2% anual.
En este contexto, el pequeño grupo de multinacionales del sector acuícola (como Cargill, Biomar, Skretting, Mowi, Leroy) han presentado en los últimos años este sector como la solución a los límites naturales de la pesca: cultivar peces y mariscos en instalaciones en lugar de extraerlos de los océanos y, además, de forma más barata. Pero hay que alimentarlos y pocas personas saben de la dependencia que especies como el salmón, la lubina, la trucha o los langostinos, tienen de harinas y aceites de pescado (llamadas FMFO, por sus siglas inglesas), productos que son elaborados, en su mayor parte, de peces y crustáceos salvajes que hay que pescar para convertirlos en FMFO. Se calcula que dos tercios del FMFO para acuicultura se elaboran a partir de peces capturados específicamente para este fin, en su mayor parte en mares de Asia, África o América Latina, mientras que sólo otro tercio se obtiene de lo que la industria describe como ‘recortes y subproductos’, es decir, lo que no vale para el consumo humano directo. Se calcula que cada año es capturada la asombrosa cantidad de 0,5 a 1,1 billones de peces para ser reducidos a ingredientes para alimentar a animales de cría, principalmente peces, pero también cerdos y pollos.
Estas prácticas están impulsadas en gran medida por las empresas multinacionales que demandan una cantidad significativa de aceite de pescado para producir piensos para acuicultura (por ejemplo para el salmón que se vende en los supermercados españoles). La sobrepesca de juveniles es especialmente problemática, ya que pone en riesgo la renovación de las poblaciones de peces salvajes. Dado que las especies pelágicas como la anchoveta se encuentran en la base de la cadena alimentaria marina, un colapso en las poblaciones de peces pelágicos produciría el colapso de todo el ecosistema marino. No existe un principio de precaución en las capturas de anchoveta, que considere el papel clave de ésta en los ecosistemas.
Ante esta situación, y según constata la investigación Atrapados, llama la atención que los supermercados españoles tengan un nivel de ambición tan bajo respecto de la gestión responsable de los océanos, aún cuando en sus informes de responsabilidad social y sus páginas web destacan sus compromisos ambientales.
Esta investigación, por tanto, muestra que el modelo extractivo que requiere la acuicultura es un peligro real tanto para los ecosistemas marinos como para muchas comunidades, cuya seguridad alimentaria depende de la pesca. Dado que el marketing del sector distribución condiciona las compras de los consumidores, es hora de que éste intensifique en España sus compromisos con la sostenibilidad y reconozca los riesgos que plantean sus cadenas de suministro acuícola. Consideramos que debe tomar resoluciones ante el nuevo año, garantizando la transparencia con sus clientes y asegurarse de que los productos procedentes de la acuicultura no contribuyan al deterioro de los océanos.
Instamos al sector de la distribución a que se comprometa públicamente a eliminar el uso de pescado salvaje en los piensos acuícolas -sustituyéndolo por alternativas sostenibles-, y garantizar que ese compromiso se cumple en toda la cadena de suministro a más tardar en 2025. Décadas de sobrepesca y mala gestión han llevado a la actual crisis de nuestros océanos. La acuicultura podría ser parte de la solución pero, lamentablemente, sigue siendo parte del problema. Es hora de dejar de pescar piensos.
(*) Natasha Hurley, Changing Markets Foundation
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Creadores de Opinión Verde #CDO es un blog colectivo coordinado por Arturo Larena, director de EFEverde [/box]
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Esta tribuna se publica por gentileza de @Terraqui y puede reproducirse libremente citando a sus autores y a EFEverde
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