La Sierra de Lújar, un pequeño municipio granadino, protagonizó hace ahora un año uno de los primeros grandes incendios de 2015, unas llamas que convirtieron el paraíso de sus vecinos en infierno al arrasar el 80 % de sus 37 kilómetros cuadrados, una catástrofe local que mantiene rescoldos de penumbra.
“Yo no he estado nunca en el infierno pero mi pueblo debe ser lo más parecido”. El alcalde de Lújar, Mariano González, resumía así hace hoy un año el sentimiento de los alrededor de 500 habitantes de su municipio, azotado entonces por las llamas y sumido ahora en la incertidumbre de una lenta recuperación.
Esta localidad granadina cambió de la noche a la mañana el paisaje verde de su alcornocal centenario por cenizas y penurias y ni las inversiones ni el empeño de sus vecinos han logrado aún pintar de verde esperanza ni su futuro ni el entorno.
El fuego devastó entonces el 80 % de los 37 kilómetros cuadrados de un pequeño paraíso que depositó en el turismo rural el futuro de los más jóvenes, unas generaciones que vieron también reducidos a cenizas planes, inversiones y posibilidades.
El incendio forestal provocó el desalojo de más de 600 vecinos de Lújar y su anejo de Los Carlos, las pedanías de Olías y Fregenite (Órgiva) y la localidad de Rubite, vecinos que recuperaron sus casas pero no su entorno.
El fuego convirtió el pequeño pueblo en foco mediático y arrancó compromisos institucionales y apoyos económicos, aunque el tiempo apagó las llamas y el interés por el día a día de unos vecinos que miran con nostalgia un entorno que fue pasto de las llamas.
La Junta destinó 340.000 euros y el Gobierno central otros 250.000 que no han servido, según el alcalde, para disipar las angustias de sus vecinos ni para visualizar un futuro alentador.
“Lo peor es que nos estamos acostumbrando a estas vistas, a vivir con la carretera cortada, a que nadie nos eche una mano“, ha subrayado a Efe González, con reproches por falta de apoyos que no se compensan con las pinceladas de verde del bosque bajo que crece ni la recuperación de los alcornocales más jóvenes.
En estos meses estivales, el municipio recibía a varios cientos de personas, lugareños que se marcharon y turistas de los que solo un diez por ciento ha vuelto de momento.
“El día a día a veces te deprime porque mucha gente joven como yo se ha ido porque se quemaron también sus perspectivas de encontrar un futuro aquí”, resume ahora el primer edil, que busca opciones turísticas para devolver la esperanza a sus vecinos.
El Ayuntamiento estudia como opción para atraer visitantes enseñar cómo se vive la regeneración de un espacio de alto valor ambiental como el que calcinó aquel incendio, aunque se trata de un proyecto aún incipiente para el que también demandan ayuda.
Un año de luto después, los vecinos han recordado el fatídico día que marcó a fuego su pasado y su futuro en un pequeño acto municipal que pretenden sirva para encender llamas reivindicativas “para que se acuerden de nosotros, porque hemos sido muy pacientes”, ha apuntado el alcalde.
El chispazo de un cableado eléctrico cambió el devenir del pueblo, cuyos vecinos deben ahora, además, personarse en el procedimiento por la vía penal que se cerró y ha vuelto a abrirse para reclamar indemnizaciones por los daños en plazas, cortijos y bienes.
Atrás han quedado las imágenes de los helicópteros sobrevolando el pueblo, el recuento de pérdidas y las visitas institucionales a unos vecinos que tienen marcado a fuego un año negro que quieren pintar de verde para apagar del todo los rescoldos, también emocionales, que el incendio les dejó. EFE