Los artistas han jugado durante siglos con la sutileza de la luz, el aire y los colores para interpretar la naturaleza, utilizando desde la pincelada detallista y sutil al trazo rápido e impresionista.
Con motivo hoy del Día de la Tierra, Efeverde recorre las salas y la galería on-line del Museo del Prado para descubrir cómo ha ido evolucionando la mirada del pintor a lo largo del tiempo a través de diez lienzos, algunos centrados en la temática, otros de forma más tangencial, pero igual de hermosos.
1.- Conjunto de pinturas murales de la iglesia de San Baudelio de Berlanga. (siglo XII)
Son seis fragmentos de tema profano que decoraban la ermita de San Baudelio. Se caracterizan por ser composiciones simples, usar colores primarios, perfiles muy esquemáticos y volúmenes planos en las figuras.

Representan a un oso -asociado a las fuerzas del mal-; un elefante -que simboliza la humildad-; una cacería con liebres -concupiscencia-; una cortina con águilas -que con su elevado vuelo llegan al sol de justicia que es Dios-; una cacería de ciervo -símbolo de Cristo y del alma-; y un soldado en el que destaca un friso de influencia oriental con dos círculos con leones inscritos.
El conjunto de las pinturas murales de la iglesia de San Baudelio de Berlanga adornaba el interior de la iglesia mozárabe de comienzos del siglo XI. Fueron arrancadas, exportadas a Norteamérica en 1926 y repartidas entre varias instituciones. Hoy continúan exhibiéndose piezas pertenecientes al mismo conjunto en los museos de Boston, Indianápolis y en el Cloisters Museum de Nueva York.
2.- La Torre de Douarnenez (1877-1884) Carlos de Haes
Este pintor español de origen belga está considerado como el impulsor de la transformación del género paisajístico, introduciendo una visión completamente novedosa de interpretar la naturaleza con un realismo sensible a cualquier elemento.

En todos sus paisajes capta con gran exactitud el aspecto físico de cada uno de los elementos representados. Construye los paisajes con la propia materia pictórica: los ambientes fríos y húmedos son captados mediante capas de pintura muy sutiles que envuelven y ocultan las montañas. Esta técnica de pinceladas sutiles y transparentes son también utilizadas con otra tonalidad más oscura para marcar la polución de las ciudades.
3.- Chicos en la playa (1910) Joaquín Sorolla.
El óleo retrata a tres niños desnudos, tendidos boca abajo que se divierten en una playa con las tranquilas olas.

Parece trasladar los efectos del sol chocando contra la piel mojada de los chicos y con toques azules los destellos del cielo. Sorolla, conocido como el pintor de la luz, conjuga en este trabajo dos temas que fueron objeto de su atención en muchas ocasiones: los niños y la playa. Estas escenas cargadas de luz marcaron definitivamente la estética que hizo tan popular al artista.
4.- Vista del Jardín de la Villa Medici en Roma. (Hacia 1630) Velázquez
Obra maestra de la historia del paisaje occidental en la que Velázquez plasmó su idea del paisaje sin una excusa narrativa que lo justifique. Tiene como tema una combinación de arquitectura, vegetación, escultura y personajes vivos que se integran de manera natural en un ámbito ajardinado. La luz y el aire, como repiten los críticos, son también protagonistas de estos cuadros. Se ha insistido secularmente en la voluntad que parece latir en ellos de plasmar un momento concreto, es decir, de describir unas circunstancias atmosféricas determinadas, anticipando lo que haría Monet más de dos siglos más tarde con sus famosas series de la catedral de Rouen.

5.- Concierto de aves (1629-1630) Frans Snyders
En la composición se observa un mochuelo sobre una rama, que dirige a las otras quince especies de aves, y sostiene una partitura entre las patas. Las representaciones de distintas aves posadas sobre troncos de árboles a modo de Concierto de aves, en ocasiones junto a una partitura musical, fueron popularizadas por los artistas flamencos en las primeras décadas del siglo XVII, especialmente por Frans Snyders. El tema del Concierto es anterior a la moda cortesana barroca de tener pajareras: tiene su origen en la Edad Media, y en pintura tiene antecedentes previos al pintor flamenco, con las representaciones de Eolo con las aves que se multiplicaron en los últimos años del XVI.

Se utilizaban como decoración para sobreventanas, sobrepuertas o antechimeneas por los aficionados del Norte de Europa, importándose más tarde a España. Su significado simbólico se vincula con la representación de aves franciscana, que tenía que ver con la devoción mariana a Nuestra Señora de los Pájaros. Según se dice, bandadas de pájaros se acercaron a una arboleda de hayas fuera de Bruselas, atraídos por una imagen de la Virgen sujeta entre las ramas de los árboles.
6.- Agua azul (Aigua blava) Francisco Gimeno Arasa (siglo XIX)
Vista de acantilados rocosos pintada del natural. Las pinceladas, cortas y rápidas, y la atención prestada a los efectos de la luz sobre las rocas, el mar verdoso, las casas encaladas y el cielo de profundos azules, revela la cercanía de Gimeno con la pintura contemporánea europea, especialmente la francesa, donde la práctica de la pintura en plena naturaleza abrió un nuevo camino artístico que desembocaría en el Impresionismo.

7.- Perro semihundido (1819-1823) Goya
El conjunto de catorce escenas al que pertenece esta obra se ha popularizado con el título de Pinturas Negras por el uso que en ellas se hizo de pigmentos oscuros y negros y, asimismo, por lo sombrío de los temas. Decoraron dos habitaciones, en las plantas baja y alta, de la conocida como Quinta del Sordo, casa de campo a las afueras de Madrid, junto al río Manzanares, conocida por ese nombre antes de su adquisición por Goya en 1819.

Las Pinturas Negras se pintaron directamente sobre la pared seca, Esta escena se tituló “Un perro”, en el inventario de las obras en propiedad del hijo de Goya. Se describió, junto con el resto de las escenas, en la monografía de Charles Yriarte sobre el artista, de 1867, con el título de “Un perro luchando contra la corriente”. Decoraba una de las salas de la planta alta de la Quinta del Sordo
8.- Florero con cuadriga vista de perfil (1643) Tomás Hiepes
La pintura de flores se convirtió pronto en un subgénero de la naturaleza muerta en el que se especializaron varios artistas españoles.

Hiepes lo cultivó con asiduidad a lo largo de toda su carrera, y se especializó en floreros como éste, que no se parece a los de ningún otro pintor español. Son obras de tamaño muy notable, en las que prima la monumentalidad y la simetría y en las que, en vez de buscar un efecto de conjunto, el artista ha tratado que cada una de las flores tenga una presencia muy precisa, lo que convierte cada uno de estos cuadros en un muestrario de especies vegetales. Como es habitual en sus obras, juega con el contraste entre la belleza natural y la de los objetos manufacturados, haciendo que el recipiente que contiene tal despliegue floral sea un sofisticado jarrón de porcelana.
9.- Otoño en Madrid (1910) Aureliano Beruete y Moret
Pintura de extraordinaria modernidad que se acerca a los postulados del Impresionismo francés con pinceladas rápidas y briosas. La luz, y los reflejos de ésta sobre las diferentes superficies, se convierte en la protagonista de esta obra en la que, como en otros de los paisajes del artista, la naturaleza prima sobre el hombre y todo lo relacionado con él, transformando las construcciones en un elemento más del poblado bosque.

10.- Monos en la escuela (1669) David Teniers
Esta obra es parte de la serie de seis tablas con escenas de monos del Museo Nacional del Prado. El temario arranca del repertorio de Pieter Brueghel el Viejo y meter Van der Borghts, y desde la Edad Media se asocia con la necedad del hombre.

Teniers sintetiza la ambivalencia de la humanidad de su naturaleza animal. El maestro castiga a uno de sus discípulos ante la mirada temerosa de toda la clase; el terror se apodera del alumno que espera de rodillas su turno. La misma expectación expresa el grupo de los monos en la estancia en semipenumbra del fondo. EFEverde
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