Desechos radioactivos contaminan un barrio hispano en Colorado

Publicado por: Elena S. Laso 6 de noviembre, 2013

Décadas después del fin de la Guerra Fría y de la escalada nuclear y el consiguiente cierre de una planta procesadora de uranio en Grand Junction (Colorado), los desechos radioactivos acumulados por esta actividad siguen afectando a los latinos de la zona.

“La planta Climax Uranium Mill estaba situada justo al borde de uno de los más antiguos vecindarios hispanos en Grand Junction, en el oeste de Colorado, y funcionó durante las décadas de 1950 y 1960”, explicó a Efe Thomas Acker, profesor de español en la Universidad Colorado Mesa y experto en historia de la inmigración y problemas sociales en el suroeste de Estados Unidos.

Los desechos radioactivos y tóxicos generados por esa planta “siguen siendo un riesgo para los hispanos que residen en la zona del Grand Valley” y el caso “provee lentes interesantes por medio de los cuales se puede considerar el tema del racismo ambiental”, agregó.

Acker afirmó que, a medio siglo después, “el problema de la contaminación creada y esparcida por Grand Junction y por el condado de Mesa no ha sido resuelto”.

Por el contrario, dijo, “más bien ha sido encubierto por una confabulación de agencias y organizaciones para quienes las altas medidas de radón, el gas carcinogénico producto de los residuos radioactivos, es en realidad sólo un ‘inconveniente'”.

Tras el cierre de la planta procesadora de uranio, las autoridades locales decidieron “no remediar” la situación, es decir, no completaron la descontaminación del lugar.

Peor aún, dijo Acker, “se comenzaron a sacar residuos radioactivos que luego fueron incorporados en materiales de construcción miles de casas y decenas de proyectos de carreteras e infraestructuras de las décadas de 1960 y 1980”.
Quizá por eso, “el condado de Mesa tiene una tasa de casos de cáncer más de un 20 por ciento superior a la del resto de Colorado”.

“Tenemos que aprender lecciones de lo que sucedió en Gran Junction porque lo mismo sucedió en muchas otras comunidades en el suroeste del país”, concluyó.

Historia del Proyecto Manhattan

Todo se remonta a 1942, cuando, en el marco del llamado Proyecto Manhattan, científicos de Estados Unidos intensificaron las investigaciones que llevarían a la creación de las primeras armas atómicas.
Aunque esas investigaciones se concentraron mayormente en Nuevo México, otros 30 sitios en Estados Unidos y Canadá también formaron parte del proyecto, entre ellos, Grand Junction.

“En aquella época, Grand Junction era una ciudad cuya economía se centraba en la agricultura y en el ferrocarril. Su ubicación en una región donde se extraía uranio hizo que fuese lógico elegirla para el procesamiento y enriquecimiento del uranio para que ese mineral alcanzase el nivel de pureza suficiente para servir para producción militar”, comentó Acker.

En 1943, la empresa US Vanadium abrió una planta procesadora de uranio en un terreno que estaba junto a la orilla del río Gunnison (la principal fuente de agua de la región) y cerca de las vías del ferrocarril.
En 1950, Climax Uranium Mill se hizo cargo de esas operaciones y trasladó el procesamiento de uranio a una planta hasta ese momento usada para extraer azúcar de las remolachas, que en aquellos años era una de las principales industrias en Colorado y en donde la mayoría de los trabajadores eran hispanos.

Vecindario hispano

“La fábrica estaba en una zona industrial, pero a la vez era uno de los vecindarios hispanos más antiguos en el valle”, puntualizó Acker.
“Los hispanos probablemente no sabían lo que ellos estaban haciendo. Queda claro que las autoridades municipales ignoraban el peligro de los residuos y productos que se amontonaban alrededor de la planta”, indicó.
Hablando con residentes de ese barrio, ahora ya ancianos, Acker confirmó que los desechos tóxicos se acumulaban al aire libre y que no existían impedimentos para quienes vivían en el barrio hispano, incluso niños, llegasen hasta esos desechos.

Según Acker, los ancianos residentes le comentaron que algunos niños a veces hasta se adentraban en el estanque que almacenaba el agua usada para procesar el uranio, hasta que llegaban guardias de seguridad para sacarlos del lugar.
Pero no se trataba de imprudencia ni de los niños ni de sus padres, ya que “la Comisión de Energía Nuclear (de Estados Unidos) llevaba una campaña a nivel nacional que insistía en la salubridad de los relaves, es decir, los residuos del procesamiento del uranio”. EFE verde

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