Joaquín Araújo.- Regálense uno de los mejores espectáculos posibles bajo techo. Vayan a contemplar la vida más escasa que nos queda. Vuelen, virtualmente claro, por los aires más transparentes. Acepten la emoción de comprobar como es la lucha por la vida sin manipulación alguna. Acierten, en suma, sumándose a los afortunados que han visto y verán Cantábrico.
Definirla como la producción cinematográfica de naturaleza más completa de nuestra historia se acerca mucho a lo correcto. Completa porque se han desplegado máximos esfuerzos en todas las facetas del arte/oficio/industria. Gran presupuesto, tecnología punta, tiempo suficiente para atrapar imposibles y talento, mucho talento en sus principales responsables. Son: José María Morales, como productor, Joaquín Gutiérrez Acha como director y operador y Carlos de Hita con los sonidos, los de la palabra y los de la Natura.
Lo que acaparará los ojos, sobre todo si se tiene la lucidez de no esperar a que esta película sea exhibida por algún canal televisivo, no debería ocultar lo que ha permitido lo que allí veremos.
Ese otro cine
Lo que escucharemos, si queremos disfrutar de una de las mejores bandas sonoras del cine documental, tampoco debería silenciar lo que dicen estos paisajes y sus inquilinos.
Es más, lo que subyace en todas estas secuencias también merece una exploración/reflexión un poco más intensa. No conviene, pues, contentarse con un pasivo visionado.
Porque tan raros supervivientes son los que aparecen en la pantalla como los que han conseguido que eso suceda. No podemos olvidar que el cine documental de la Natura es, en nuestro país, un injusto condenado a la marginalidad. Que si a todo ha quitado la crisis mucho más a este género.
Cantábrico
De ahí la formidable excepción que supone Cantábrico. Porque no ha sido ni fácil, ni barato, ni lo suficientemente ayudado, cuando poco, o nada, necesita más consideración y apoyo que productos culturales que nos permitan sentirnos orgullosos de lo que somos y tenemos. Y tenemos el mejor escenario, el más vivaz del viejo mundo, el mejor aliado para enfrentar el cambio climático si no siguen fomentando la tuberculosis de la atmósfera y el raquitismo de la comunidad zoológica. Porque un poema visual como este es tan cultura como uno escrito con palabras sobre el papel. Porque lo que veremos en este logro cinematográfico son paraísos cimarrones, huidos de la apisonadora que supone despreciar la belleza espontánea. Que muchos, esperemos, verán cómodamente pero que ha sido posible por la destilación de muchos conocimientos de naturalistas, científicos y técnicos de todas las ramas de este arte.
Cuidar, como se ha cuidado, los sonidos, las mezclas de los mismos con la música y la palabra del narrador, implica mucho más que dominio del oficio, supone comprender que nada se comprende del paisaje y de sus vidas si no se escuchan los infinitos lenguajes de la vivacidad.
Sobre todo y por último conviene tener presente al gran protagonista: el derredor. Lo de delante de las cámaras se merece muchas miradas porque es el arte fundacional de todas nuestras destrezas creativas.
La cordillera cantábrica acoge todavía a la vida más libre, bella y dinámica de nuestro país. Tanto que pone buena parte de los ingredientes del menú tres estrellas que pueden contemplar. Y, al hacerlo, nos recuerdan de alguna forma que necesitamos que ellos, los amenazados de extinción, y nosotros necesitamos seguir alimentándonos de exquisiteces como los dos cantábricos, el real y el atrapado sin daño por los artífices de este documental.
GRACIAS Y QUE CANTÁBRICO OS ATALANTE COMO YA LO HA HECHO CONMIGO.
Naturalista, escritor, divulgador medioambiental
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