Durante siglos los sin tierra padecían una pésima e injusta fórmula social. Los poderes quedaban invariablemente ligados a la posesión de predios, haciendas, fincas, terruños y sobre todo latifundios. Eran pocos los tenientes y casi todo lo que podía pisarse era de ellos. La mayoría carecía de propiedades y trabajaban los cultivares de otros. No pocas de las revoluciones, en todas las civilizaciones que han existido, pretendieron distribuir tierra. Por cierto: ¡qué hermoso era aquello de la tierra para quien la trabaja!
La fértil compasión de Forges. Por (*) Joaquín Araujo
Nada, ni nadie, nos quiere tanto como el humor. De la misma forma que el mejor médico es nuestro sistema inmunológico o el mejor agricultor es la planta que estamos cultivando, lo que mejor nos rescata es la capacidad de la inteligencia para quitar tragedias y poner sonrisas en medio de la vida.
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