La `Ttierra´. Por (*) Joaquín Araujo

Durante siglos los sin tierra padecían una pésima e injusta fórmula social. Los poderes quedaban invariablemente ligados a la posesión de predios, haciendas, fincas, terruños y sobre todo latifundios. Eran pocos los tenientes y casi todo lo que podía pisarse era de ellos. La mayoría carecía de propiedades y trabajaban los cultivares de otros. No pocas de las revoluciones, en todas las civilizaciones que han existido, pretendieron distribuir tierra. Por cierto: ¡qué hermoso era aquello de la tierra para quien la trabaja!

Hay una sabiduría anterior a la sabiduría. Por (*) Joaquín Araujo

Del “nada en exceso” de Delfos, sabiduría rotunda, hemos pasado al todo ya para mí que nos gobierna desde el analfabetismo moral. Sabemos que hay otra sabiduría, sin conocimiento ni consciencia, que sabe hacer vidas, paisajes y fértiles encuentros entre ambos. Sabemos que lo que sabe hacer la sabiduría natural nos resulta imposible por mucho […]

Que el medio ambiente os atalante. Por (*) Joaquín Araujo

Estoy convencido de que el  primer alimento para la continuidad de la vida es acompañarla, imitarla y ayudarla. Es decir que la imprescindible dieta de la vivacidad, es vivirla, sumergirse en sus elementos, ciclos y procesos. Porque solo lo incorporado a tu constatación y emoción es verdadero. Finalmente se trata de regarla con la lluvia de nuestra admiración, el sentimiento, por cierto, más sustentador.

CANTÁBRICO, ese otro cine. Por (*) Joaquín Araujo

Joaquín Araújo.-  Regálense uno de los mejores espectáculos posibles bajo techo. Vayan a contemplar la vida más escasa que nos queda. Vuelen, virtualmente claro, por los aires más transparentes. Acepten la emoción de comprobar como es la lucha por la vida sin manipulación alguna. Acierten, en suma, sumándose a los afortunados que han visto y verán Cantábrico.

Del mirar al contemplar. Por Joaquín Araujo

Joaquín Araujo.- La forma del mundo, ese que nos ha dado forma a nosotros, depende ya de la forma en que lo mires. Tu estilo de mirar, casi siempre muy alejado del deseable, que es la contemplación, determina demasiado. Hasta el punto de que puede convertirse en lo más destructivo o, en todo lo contrario, el inicio de la reparación, en manantial de complicidades, confluencias y, como pretendo ampliar, incluso de inocencias. No adelanto más.