Una cabra montesa pasta en la sierra de Cazorla (Jaén). EFE/José Manuel Pedrosa
BIODIVERSIDAD CABRA

El celo de la cabra montés, un violento espectáculo invernal en la península ibérica

Madrid, 28 dic (EFE).- A diferencia de los sonidos guturales de la berrea del ciervo, el celo de la cabra montés que puede apreciarse en zonas montañosas de la península ibérica entre los meses de noviembre y enero se escucha a través del estruendo de los choques entre las cornamentas de machos rivales.

El animal que sale vencedor de esta violenta danza anual no solo habrá establecido jerarquía en el grupo y ganado el derecho al cortejo de las hembras, sino que alcanzará el objetivo último del proceso: aparearse.

La corta y pautada estación de celo varía dependiendo del frío, la luz o la latitud del territorio pero esconde en todo caso una clave biológica y evolutiva fundamental: el nacimiento de las crías debe coincidir con la primavera, el período con mayor alimento disponible en el ecosistema de la cabra montés.

Esta no es una característica exclusiva, como explica a EFE el profesor de zoología de la Universidad Complutense de Madrid Pablo Refoyo, autor de una tesis sobre esta especie, sino que la mayor parte de los animales hacen el mismo cálculo «por lo energéticamente costosas que son la gestación y reproducción»: la época de «celo constante» del ser humano, compartida con otros primates, “no es lo habitual” en la naturaleza.

Aumentos y descensos

El número de ejemplares de cabra montés ha variado según los períodos históricos: las restricciones a la caza impuestas por Alfonso XII y el carácter «muy adaptable» de la especie incrementó considerablemente su cantidad a principios del siglo XX, explica Refoyo, pero el hambre durante la última guerra civil española se tradujo en un descenso significativo y generalizado de ungulados (mamíferos provistos de pezuñas y cascos) debido a la caza.

La cabra montés se vio así reducida a únicamente dos poblaciones, una en la Sierra de Gredos y otra en las cordilleras mediterráneas, y llegó a estar en peligro crítico de extinción a finales del siglo pasado, lo que motivó sucesivos intentos de reintroducción.

Una subespecie, el bucardo, llegó a extinguirse en el área pirenaica en el año 2000 y, aunque se intentó su clonación en 2003, fue imposible desextinguirla.

Mejor fortuna corrió la repoblación que comenzó en 2014 y que en la actualidad ha conseguido estabilizar un grupo de animales con los “suficientes individuos como para que la especie se autogenere sola”.

La cara b de la reintroducción es el riesgo de sobrepoblación, que puede implicar la destrucción de la flora endémica, afectar a la relación con otras especies y aumentar la transmisión de enfermedades como la sarna, incluso entre el ganado doméstico, de manera “horizontal y bilateral”.

Un ejemplo de este problema se encuentra en la Sierra de Guadarrama (Madrid), que en 2019 llegó a albergar casi 5.600 ejemplares. Ahora «sigue habiendo un exceso de cabras, pero la situación está mucho mejor».

La gestión de la sobrepoblación, precisa este profesor, se hace «principalmente a través de dos vías: la caza y la translocación de ejemplares a otros territorios» y esta última «es fundamental» en los parques nacionales, donde está prohibida la actividad cinegética.

La caza incluye el furtivismo, un fenómeno que puede afectar a la cabra montés de manera «generalizada» porque «antes se podían ver ejemplares de doce o catorce años y ahora ya no se encuentran con más de ocho años”.

Autorregulación

Cuando está estable, la naturaleza se “autorregula sola y no hay que hacer ninguna actividad extra”, recuerda Refoyo, pero el problema es que «a día de hoy, la mayoría del planeta no está en condiciones normales” por el deterioro medioambiental.

Así, la migración natural de los individuos reduce la presión sobre el territorio pero lugares como Madrid «no permiten esta movilidad por la falta de sitio”, lo que convierte los espacios protegidos en lugares “cerrados, con una presión enorme”, donde es necesaria la intervención humana.

Por eso, son necesarias «políticas que permitan una cohabitación entre todas las especies; si no, su regulación interna va a ser a muy largo plazo y puede que incluso provoque la desaparición de algunas especies”.

La presencia de la cabra, además, también tiene efectos positivos en el ecosistema, ya que, al ser animales diseminadores de semillas, “enriquecen el entorno, aumentan la riqueza de la biodiversidad” y ayudan a la regeneración de bosques y ecosistemas.


 

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