Autor: José María Cernuda
Aunque pueda parecer sorprendente, la Ley, a veces, intenta convertirse en un aliado de los efectos perniciosos del más que evidente cambio climático en el que estamos viviendo en el Holoceno, aunque algunos sigan manteniendo dudas de que se esté produciendo para favorecer, con ello, determinados intereses. Si bien es cierto que últimamente los reconocimientos de algunos errores en las previsiones y predicciones, que admiten rebajas en la inmediatez de los efectos del cambio climático, parecen querer dar la razón a los “negacionistas” que se sirven de esos errores para defender lo indefendible.
La Ley, decía, aunque no se anticipe casi nunca a lo que pueda pasar, sí procura regular los acontecimientos que puedan suceder en el futuro aprovechando la experiencia que ofrecen, en este caso, los efectos catastróficos del cambio climático. Es cierto que suele llegar tarde, pero cuando llega, la norma, la Ley, lo hace con eficacia y defiende patrimonios y también vidas.

Siempre recuerdo, en mi infancia, las terribles tormentas que se daban en el Mediterráneo tan pronto volvíamos de vacaciones de verano y empezaba el colegio. Las inundaciones eran la consecuencia de las que después se conocieron como “gotas frías”. La prueba de que la Ley puede ser una perfecta aliada de los efectos del cambio climático, fue la respuesta de la Administración a las inundaciones que, de manera periódica, se venían produciendo en la cuenca y desembocadura del Río Segura y en la comarca de La Safor, con la aprobación del RDL 4/1987, de 13 de noviembre, reaccionando, en principio con unas medidas urgentes que luego tuvieron continuidad, a las cinco riadas catastróficas acaecidas entre los años 1982 a 1987.
La Ley, junto con otros factores, en especial la educación y la concienciación de la sociedad, es un argumento decisivo para combatir los efectos del cambio climático en el que estamos instalados. Solo falta que se mejore su capacidad de anticipación para ganar en eficacia, en ello se está.
LEY Y CLIMA