Sin duda el escultor más relevante vinculado a Almadén y a sus minas ha sido Julio Antonio. Considerado como uno de los pioneros en la renovación de la escultura española, la temática de su obra y los tipos humanos de sus esculturas más logradas tienen la huella imborrable de su paso por Almadén y de la vida de los mineros de primeros del siglo XX.
Julio Antonio Rodríguez Hernández nace en 1889 en Mora de Ebro, Tarragona, hijo de Aquilino Rodríguez, alférez de infantería y Lucía Hernández, donde recibe sus primeras clases de dibujo. Su interés por la escultura le llevó a asistir a diversos talleres en Tarragona en el Ateneo Obrero Tarraconense. En Barcelona asiste a clases de escultura en el taller del escultor Félix Ferrer, trabajo que compaginó con la colaboración en un taller de decoración. En 1905, y ya en Murcia, realiza su primera obra notable, Flores malsanas.
En 1906 se trasladó a Almadén en compañía de su tío, D. Ricardo Díaz Rodríguez, al ser nombrado Interventor de Minas de Almadén. Fue uno de los primeros alumnos del Colegio Hijos de Obreros. Su estancia duró muy poco tiempo, destacando sobretodo en la asignatura de dibujo.
En 1907 consigue una beca de la Diputación de Tarragona para ampliar sus estudios en Madrid. Entra en el taller del escultor modernista Miguel Blay Fábregas, entonces el escultor más prestigioso de la capital junto con Benlliure. Julio Antonio aprovecha la sabiduría técnica que le brinda Blay, y al mismo tiempo advierte la necesidad de ir forjando su propia personalidad como artista. En las cartas que en esta época escribe a su familia establece las bases teóricas de su futuro:
“Yo pediré la protección a las grandes obras de los grandes maestros clásicos, les diré que me enseñen donde está el misterio de la forma y de la belleza y es indudable que estudiándolas y rechazándolas mucho me lo dirán y entonces será cuando haré mi obra, entonces será cuando triunfe mi inteligencia…”
Conoce al escultor Victorio Macho, con quien coincide en el empeño por captar los rasgos físicos y espirituales propios del pueblo español, y al pintor Miguel Viladrich, con quien entabla una honda amistad y convive durante los primeros años en la capital. Julio Antonio tiene gran facilidad para relacionarse y ganar amigos. Algunos de los más destacados, entre una larga lista de personalidades del mundo intelectual y artístico, son el escritor Ramón Gómez de la Serna, quien aprecia y da a conocer el valor de su escultura; el doctor Gregorio Marañón, que ayuda y protege al escultor durante sus convalecencias; el escritor Eugenio Noel, con quien estudia las esculturas ibéricas en el Museo Arqueológico de Madrid, y el pintor Julio Romero de Torres, con quien comparte el amor por la tierra y los temas andaluces.
En 1909, gana un concurso de la Diputación de Tarragona para la concesión de una bolsa de viaje a Italia. Visita Florencia, Roma y Nápoles, y contempla la obra de Donatello y Miguel Ángel. Después de su viaje decide venir de nuevo a Almadén, donde en 1910 comienza su serie de los Bustos de la raza (Minera de Puertollano, Mujer de Castilla, Rosa María, El hombre de la Mancha, El ventero de Peñalsordo y El minero de Almadén) , título que proviene del afán generalizado entre intelectuales, literatos y artistas de esa época por captar las esencias de la identidad española, y que convierte a Julio Antonio en uno de los artistas plásticos que mejor saben plasmar los ideales y preocupaciones de la Generación del 98. Paralelamente a estas esculturas, Julio Antonio realizó una serie de magníficos dibujos realizados también en Almadén. En ellos los protagonistas son los niños. María Emilla Viu señala que los niños que dibuja en esta serie son hijos de los trabajadores de las Minas de Almadén. Niños que reflejan las dificultades de las vidas de sus padres. Niños desnutridos, solitarios, apagados, con expresiones tristes, pero tratados con ternura. Los originales se conservan en el Museo de Arte Moderno de Tarragona.
El Monumento a los héroes de Tarragona, obra monumental cuyo encargo parte del Ayuntamiento de Tarragona, llena casi todo el fin de su vida artística, desde 1910 hasta que muere. La obra está marcada por el anhelo de crear un conjunto escultórico inmortal, su largo y minucioso proceso de gestación y las dificultades económicas de sus inicios. Su última obra de encargo fue El Mausoleo Lemonier (1916/1919), un monumento funerario para uno de los hijos de dicha familia Lemonier, que había muerto a la edad de once años. La figura de la madre es de bronce y la del hijo de mármol blanco. La obra hecha para la tumba del joven, nunca fue instalada allí, y actualmente se encuentra en el Museo de Arte Moderno de Tarragona.
El 15 de febrero de 1919, a la edad de treinta años, muere Julio Antonio víctima de la tuberculosis en el Sanatorio Villa Luz de Madrid, donde había ingresado por mediación del Dr. Gregorio Marañón. En el momento de su muerte se hallaba acompañado de su madre y hermanas, del propio Dr. Marañón, Enrique Lorenzo Salazar, Julián Lozano, Lluís Bagaría, Moya del Pino, Vázquez Díaz y Ramón Pérez de Ayala. Su muerte fue un auténtico duelo cultural. Poco antes, el pueblo de Madrid y sus representantes políticos y culturales le rindieron homenaje en la presentación pública del Mausoleo Lemonier.
De Almadén fue el escultor, Julián Lozano, que le hizo en cera la mascarilla el día de su muerte. Luego la pasó a bronce el madrileño Codina, obra que hoy se encuentra en el Museo Camón Aznar de Zaragoza.
La escultura en bronce del minero de Almadén se conserva en el Museo Nacional Reina Sofía de Madrid y su autorretrato fechado en 1909 en Almadén. La plaza donde estaba la casa en la que vivió en Almadén conserva aún su nombre, aunque casi nadie en el pueblo sepa quién fue este escultor ni dónde está esa plaza.