Nueva entrega de el blog “El forzado de Alamadén”
Había quedado con mi compañero Luis para hacer la primera ruta de esta primavera, nuestra intención era disfrutar de la dehesa de Castilseras. Ya se iba notando que los días eran cada vez más largos y calurosos, era el mejor momento para disfrutar de la naturaleza de Almadén. Luis me recogió en el bar del Cordobés y tras los cafés, tomamos la carretera de Córdoba. Entramos en la dehesa por las eras de Barbudillo, dejando atrás la sierra de Cordoneros y avanzamos hacia el cerro de Las Monas, disfrutando de los cautivadores paisajes de dehesas y sierras entre Almadén y Alamillo. A altura de la antigua estación de Alamillo, y según iba calentado el día, los primeros buitres negros aprovechaban las térmicas para planear por todo el valle a la búsqueda de comida. Espectacular sin duda. Su porte era colosal. Al notar nuestra presencia alzaron su vuelo perdiéndose por la dehesa.
Alcanzamos así el río Alcudia, rincón ideal para algunas especies de peces autóctonas. Pueden verse nutrias y las cigüeñas negras llegan en septiembre, cuando suelen concentrarse antes de su migración a África. Decidimos dar un agradable paseo por la orilla del río. En algunas zonas del río había charcas de la lluvia, y se podía disfrutar contemplando la hierba de la siembra naciendo con fuerza en el horizonte. Mientras caminábamos, Luis me explicaba la historia del puente de Los Soldados, un puente de paso del tren sobre el río, tristemente famoso por un accidente ó sabotaje ocurrido en 1884. Un tren cargado de soldados procedente de Badajoz cayó al río pereciendo 59 personas, muchos de ellos se encuentran enterrados en un cementerio que se conserva junto al puente. No pude menos que volver la mirada hacia el puente y buscar los restos del cementerio.
Salimos ya en dirección al charco de los Carrizos y nos sorprendió sobre un poste de la luz un pequeño ejemplar de águila perdicera. Sus grandes ojos nos miraron, y rápidamente voló hacia la espesura de la dehesa. Pasamos sin pararnos por el badén del río y avanzamos en dirección a Almadenejos por una dehesa cubierta de encinares. Alcanzamos el Quinto del Hierro y quedamos al pie de las imponentes sierras de Cerrata y Manzaire y al otro lado de la valla contemplamos un pequeño grupo de hembras de ciervo común. Al principio se mostraban confiadas y al intentar hacerles una foto saltaron con su brinco característico hacia la montaña.
En el recorrido pudimos coger un buen manojo de espárragos, había que recoger algo de la temporada para cenar esa noche: una tortilla. La preparé como la solía hacer mi abuela: los partía hasta donde se rompían con la mano en trocitos de unos 3 centímetros, los lavaba y escurría. Los echaba en una sartén donde había frito antes con buen aceite de oliva una cebolla en trozos pequeños, y tras echarle sal, cuajaba la tortilla con huevos de corral que recogía el mismo día. Sin duda fue el mejor momento de la semana.
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