En los últimos cinco años he estado involucrado con un grupo bastante amplio de oénégés y gobiernos que buscaba una solución negociada al impas político en el que, desde hace años, se encuentra la Comisión Ballenera Internacional (CBI). A pesar de que haya una moratoria sobre la caza comercial de ballenas desde 1986 y que el Océano Austral haya sido declarado un santuario para ellas desde 1994, el Gobierno japonés ha mantenido que él tiene derecho a continuar matando ballenas alegando que lo hace para estudios científicos. Un “largo y costoso “proceso de paz ballenera” tuvo lugar durante tres años bajo los auspicios de la CBI, hasta su colapso en la última reunión de la misma en Agadir, Marruecos (véanse las entradas anteriores de este blog, publicadas desde la reunión de la CBI en Marruecos).
El “proceso de paz ballenera” fue establecido en respuesta a las alegaciones de la Agencia de Pesca del Japón que indicaban la necesidad de un espacio político para salvar la cara, porque según ellos parte del problema era lo que describían como una representación simplificada e injusta del tema ballenero en el mundo occidental. El proceso de paz ballenera no concluyó porque el consenso era difícil tanto entre gobiernos como entre oénégés. Pero sirvió para conseguir la atención – tanto formal como informalmente – de niveles más altos dentro del Gobierno japonés, que los de la Agencia de Pesca, cuyos altos cargos han estado desde hace mucho tiempo bajo sospecha de tener conflictos de interés. Miembros del Gabinete de los últimos cuatro Primeros Ministros japoneses tomaron cartas en el asunto, aunque parecían mantener una línea que no era muy distinta a la de la Agencia de Pesca: simplificar y caricaturizar el tema ballenero no ayuda, decían, y los sentimientos anti-balleneros expresados en Occidente eran contra-producentes porque se percibían a menudo como humillantes o incluso racistas; en lugar de esto, la comunidad internacional debería ayudar al Gobierno japonés a encontrar una solución de salva-cara. Como se mostraba en la publicación de documentos por Wikileaks, una condición que Japón ha reiterado continuamente era la necesidad de una amplia condena a las tácticas utilizadas por el grupo activista Sea Shepherd para ayudar a que Japón se moviera en la buena dirección porque ese país no podía arriesgarse a ser visto como que capitulaba ante un grupo que han descrito, repetidas veces, como una organización terrorista. En los últimos años, en cada reunión de la CBI, Japón ha introducido en la agenda un punto llamado “seguridad en el mar” que en general dura una tarde entera durante la cual la delegación japonesa describe (con vídeos y presentaciones Power Point) lo que consideran como actos de violencia contra sus barcos y sus tripulantes en violación de la reglas internacionales de navegación. Y en respuesta a ello, virtualmente cada Estado miembro de la CBI ha condenado públicamente a Sea Shepherd y se han adoptado resoluciones de forma unánime pidiendo que se tomasen medidas con la esperanza de que esto contribuiría a restablecer un clima positivo en el seno de la CBI. Con este contexto en mente, el anuncio del Gobierno japonés esta semana de la vuelta a casa de la flota ballenera culpando al Sea Shepherd es extraña, a pesar de que haya sido seguida por un llamamiento del Ministro de Asuntos Exteriores nipón para que los Gobiernos de Australia, Nueva Zelanda y Países Bajos corten cualquier lazo con esta organización.
Salvar ballenas
Por supuesto es bien sabido que la industria ballenera está atravesando un mal momento desde el punto vista económico. El pueblo japonés ha perdido su apetito por la carne de ballena y existen en la actualidad 6000 toneladas de carne congelada que no encuentran compradores – todo un record. Por esta razón, cuando la flota ballenera zarpó en el mes de diciembre, Greenpeace-Japón predijo ya que la temporada de caza seria corta. Con una cuota de mercado cada vez más pequeña para la carne de ballena, el Instituto de Investigación sobre Cetáceos (ICR), el organismo público que lleva a cabo la caza “científica” no consigue cubrir gastos; según informaciones recientes el ICR ha pedido de nuevo al gobierno que dé más dinero público para apoyar sus operaciones. Es probable que eso, junto con el coste considerable que supone la campaña del Gobierno japonés para apoyar la participación de decenas de países afines en la CBI con dinero del Ministro de Asuntos Exteriores y de otras fuentes, no le guste al Tesoro Público en medio de la actual crisis económica.

Pero si Japón consideraba seriamente terminar la actividad de la flota ballenera, ¿Por qué el Gobierno nipón adoptó esta semana un enfoque tan alejado del contexto de salva-cara que exigían hasta ahora? ¿Por qué no hicieron deliberadamente un anuncio a finales del año pasado cuando tuvo lugar en Japón la conferencia mundial sobre biodiversidad sólo unas pocas semanas antes de la salida de la flota ballenera para el Océano Austral? Todo el mundo habría aplaudido a Japón, y no al Sea Shepherd. En lugar de salvar la caralo que han hecho tiene más parecido con un hara-kiri ballenero. Aunque es demasiado temprano aun para decir que el retorno anticipado de la flota esta temporada significa que los intereses balleneros han perdido para siempre, la credibilidad de la estrategia ballenera japonesa está seriamente debilitada. Será más difícil por ejemplo para Japón continuar consiguiendo apoyos de pequeños países en vías de desarrollo en la CBI. Una explicación posible estaría en el contexto nacional japonés, dónde hasta ahora la política ballenera ha sido dictada por un poderoso lobby de parlamentarios mayoritariamente miembros de la oposición, y echar la culpa a Sea Shepherd puede ser en efecto una estrategia salva-cara para el gobierno.
Otra cuestión es si la onda expansiva del regreso de la flota ballenera será restringida a la cuestión ballenera, o si tendrá implicaciones más allá. ¿Qué mensaje manda a las oénégés que hacen campaña para la protección – por ejemplo – del atún rojo, de los tiburones y de otras especies marinas? ¿Se interpretará como una invitación involuntaria para que pongan más carne en el asador, abandonen el dialogo y que den en su lugar prioridad a la acción directa como Sea Shepherd ha hecho durante años? En el contexto del cambio climático también, los activistas debaten sobre el papel de la desobediencia civil. No me sorprendería demasiado si les crecieran alas después de los acontecimientos de esta semana en el Océano Austral.
Si tienes comentarios http://www.facebook.com/profile.php?id=100001644730730
Debe estar conectado para enviar un comentario.