Susana López Lamata / Palma (EFE).- Esponjas de aguas profundas, diminutas estrellas de mar cuya presencia en el Mediterráneo no se conocía, gambas blancas, crustáceos con pinta de Alien…, y así hasta más de 120 especies de seres vivos que habitan las aguas de los tres montes submarinos situados en el Canal de Mallorca son algunos de los protagonistas de una campaña científica que termina el día 31.
Por un día, los 12 científicos y 16 tripulantes del buque oceanográfico “Ángeles Albariño” han compartido con media docena de periodistas su trabajo abordo, en plena campaña científica, y les han enseñado lo que hacen para comprobar si la riqueza faunística de esa zona en particular del mar balear y su interés geológico la hacen merecedora de una protección especial.
Red Natura 2000
La razón es que la Fundación Biodiversidad del Ministerio para la Transición Ecológica quiere incluir en la Red Natura 2000 estos tres montes submarinos que están entre las Pitiusas y Mallorca. En el marco del proyecto Life Intemares, la entidad está estudiando nueve zonas españolas para añadirlas a esa red que es el mayor proyecto de conservación marina de Europa, y estas montañas son una de ellas.
Todavía es de noche cuando el barco de 47 metros de eslora zarpa del puerto de Ibiza -ajeno a las alertas de que se acerca una fuerte tormenta-, rumbo al Ausias March, el más cercano a costa de los tres montes cuyos secretos tienen 21 días para escudriñar. Las tres montañas emergen desde unos 1.000 metros y la cima plana del Ausias March se queda a solo 90 de la superficie.
Con el tiempo justo para anotar que esta campaña deberá confirmar si los hábitats tienen el “alto valor ecológico” que se les presume y estudiar unas particulares formas geológicas llamadas “pockmarcks”, que parecen hoyitos en un mapa, hay que subir a cubierta porque la tripulación lanza al mar un artilugio llamado “patín bentónico” que irá atrapando muestras durante diez minutos de navegación.
Cuando lo recogen y vacían el preciado contenido de la red sobre una mesa para tamizarlo, siete biólogos rodean esa especie de colador gigante y se ponen manos a la obra para detectar y separar todos los seres vivos enredados en la masa pedregosa entre marrón y grisácea que ha aflorado desde 300 metros de profundidad.
Lo único apreciable en un primer vistazo son dos trozos de plástico de otro color, pero prestando más atención se descubren varios peces, gambas, algunas estrellas de mar, decenas de pincitas minúsculas en movimiento y hasta una medusa. Aparece también un curioso bicho transparente que identifican como Phronima Sedendaria y que tiene el honor de estar considerado la inspiración de Alien.
Biodiversidad marina
Las manos expertas separan cada ejemplar y van llenando cestillos, en un primer triado de especies que completarán en el laboratorio debajo de la cubierta, donde pesan y miden con celeridad los principales ejemplares y devuelven todos los que pueden al mar para garantizar su supervivencia. Se quedan aquellos sobre los que albergan dudas, para identificarlos con precisión, y los que merecen un mayor análisis en tierra.
Así fue como tras la campaña del año pasado (esta es la segunda y el año próximo habrá una tercera para completar el estudio), uno de los biólogos, Xisco Ordinas, detectó un tipo de estrella de mar, una ophiura, que hasta entonces solo se había citado en el Atlántico.

Entre los siete biólogos hay especialistas en estrellas de mar, crustáceos, peces, tiburones y rayas y esponjas, lo que permite que se repartan el trabajo y afinen la identificación. Así van elaborando una lista faunística que una hora después arrojará la sorprendente cifra de 29 especies distintas, y eso solo en la primera de las seis tomas de muestras de varios tipos que harán a lo largo de la jornada.
Por ejemplo, identificar esponjas marinas tiene su miga. Aunque las bolitas grisáceas recogidas meticulosamente en una bandeja parezcan una masa insustancial uniforme, el biólogo especialista del Centro Oceanográfico de Baleares Julio Díaz saca del error a los profanos y, un par de horas después de que fueran extraídas del mar, explica que ha detectado media docena de especies distintas.
Cuando la morfología exterior no le permite identificarlas, las pone en lejía para eliminar la materia orgánica y que solo queden las espículas, “los elementos esqueléticos que constituyen una huella dactilar que no se repite en otras especies”.
Cuando los biólogos están todavía atentos a sus microscopios para distinguir una escurridiza esponja de otra, desde la cubierta lanzan al mar una draga que extraerá una muestra de sedimento. Izada a la superficie, ahora son cuatro geólogos los que rodean una pala a rebosar de una especie de barro y van rellenando botecitos a cucharadas para analizarlos.
El tercer muestreo es otra draga, esta vez con rocas obtenidas en un montículo de la cima del Ausias March, a unos 340 metros, que sube repleta de piedras carbonatadas y restos fósiles de bivalvos y corales y que depara a las geólogas del Centro Oceanográfico de Málaga la sorpresa de algún cangrejillo y esponja ocultos que rápidamente entregan a los biólogos.

El siguiente paso es sumergir un trineo fotogramétrico con una cámara que resiste presiones de hasta 2.000 metros, para grabar imágenes de un afloramiento rocoso. Pero aunque el barco se ha detenido para esta prueba de precisión, un movimiento durante el descenso ha interrumpido la conexión, de manera que devuelven el trineo a cubierta para revisarlo.
Mientras tanto, el equipo cambia de planes y decide avanzar hacia el siguiente muestreo. Unos minutos para reponer fuerzas y otro patín bentónico está en el agua, esta vez para recoger muestras a unos 120 metros. No hay tiempo que perder: cada día a bordo en esta campaña que coordina la Fundación Biodiversidad cuesta unos 11.000 euros.

Lo que surge esta vez a la superficie es todavía una mayor explosión de vida: sepias, anélidos, distintos peces y equinodermos, crustáceos, moluscos… Un simpático cangrejo de ojos saltones y topos rojos, que escupe agua como una fuente, capta las miradas de todos: es un simpático Calappa Granulata, que pesará 200 gramos y volverá pronto al agua.
Un par de horas después, la bióloga Teresa Farriols confirma que ya han identificado hasta 76 especies distintas en ese muestreo. Al segundo intento, desde una pequeña salita en penumbra, el operario del trineo fotogramétrico, asistido por una bióloga, logra conducirlo a 231,1 metros. En su paseo de 20 minutos, el trineo alcanzará los 287,6 metros. No hay peligro, el componente más frágil del artilugio, el cilindro que protege la cámara, está preparado para resistir la presión hasta 2.000 metros, detalla el “conductor”, Iván Prado.
Se enciende una luz y comienza la grabación que permitirá identificar el tipo de hábitat existente en el inhóspito fondo marino de una ladera en pendiente donde aparece por sorpresa un pequeño tiburón posado en el fondo.
Los tiburores serán precisamente el objetivo de la siguiente prueba científica.
A bordo hay un especialista en condrictios (tiburones, rayas y quimeras), Sergio Ramírez, que busca averiguar con exactitud qué especies habitan estos montes del Canal de Mallorca que aspiran a ser Lugar de Interés Comunitario (LIC) de la Red Natura 2000.
Una roseta hidrográfica toma muestras de agua a más de 100 metros de profundidad, a unos 60 y casi en superficie, él las filtra cuidadosamente y congela el filtro, que enviará a un laboratorio de Illinois para una secuenciación masiva del ADN de las células que puedan estar presentes. El científico del Centro Oceanográfico del IEO en Baleares procesará esos resultados para quedarse con los que correspondan a tiburones y rayas.

Es la primera vez que se estudiará la presencia de estas especies en Baleares a partir del ADN presente en el agua de los restos de secreciones y mucus de las rayas, y de la piel que mudan frecuentemente los tiburones. “Los tiburones son los depredadores que ocupan a cúspide de la pirámide del ecosistema marino y son los que mantienen el sistema en equilibrio y saludable”, explica Ramírez sobre la importancia de conocer qué especies lo habitan, muchas de ellas protegidas.
Sospecha que algunas especies apenas citadas en el Mediterráneo podrían haber escapado de estudios anteriores, basados en las capturas, al ser particularmente escurridizas. Espera que del laboratorio de ADN no escape ninguna.
La última prospección del día es un arrastre experimental. Literalmente pescan para saber qué hay en estas aguas que albergan importantes caladeros de gamba roja (Aristeus antennatus) y cigalas (Nephorps norvegicus). Se hace siempre en zonas de pesca de arrastre, para no dañar lugares donde no se haya pescado antes.
La subida del cedazo se convierte en una carrera contra el reloj en la que participan tripulantes y biólogos, para devolver al mar ejemplares viables, una vez pesados, medidos y anotados, sobre todo tiburones. Aparecen mezclados también fragmentos de una vieja arte de pesca y, cómo no, envases de plástico.
Mientras el barco regresa a puerto para devolver a los periodistas, los científicos siguen separando especies y completando estadillos con todos sus datos. “Recopilamos los datos de todos los lances y lo informatizamos” explica la bióloga Elena Marco sobre sus planes para esta noche. Con las últimas luces del día el ánimo a bordo no desfallece. EFE
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