Amanece en la orilla del glaciar Helheim (Groenlandia oriental) bajo una tienda amarillo chillón en la que estamos cómodamente ubicadas cinco personas: el equipo interdisciplinar del profesor G. Hamilton del Instituto de Cambio Climático de la Universidad de Maine y yo, en representación de Salvia. Hace tres días que acampamos en este lugar de vistas privilegiadas sobre el frente del glaciar para que un escáner láser de luz verde haga el trabajo de recogida de datos más precisa: crear un time-lapse de máximo detalle de una sección de unos cuatro kilómetros alrededor del frente del glaciar. Cada media hora y durante unos cuatro días, este ojo está registrando una imagen precisa y tridimensional de la topografía de esta parte del glaciar. Tan precisa que registra un punto cada metro cuadrado de hielo. Sumando todas estas imágenes y secuenciándolas en el tiempo, tendremos una representación fiel y precisa de cómo cada una de las partes de la sección del glaciar se ha movido en estos días, con qué velocidad absoluta, relativa a otras partes, con qué velocidad se han descargado icebergs al océano… algo imposible a ojo desnudo a causa de la superficie tan crispada de esta parte del glaciar cuya materia ya se retuerce y rompe bajo las fuertes tensiones del frente. Aunque sí, todos los asistentes, concuerdan en que un año más parece haberse retirado más que el verano pasado (habrá que ver hasta el final del verano para decirlo con seguridad).
Según los estudios previos de este equipo de científicos, de media el hielo transita por el glaciar a una velocidad que parece imposible para los que estemos mirándolo aparentemente inmóvil: un metro por hora. Pero cada parte es un mundo y la media (también obtenible por satélite) no habla de los detalles que este láser sí capta.
Este es un aparato muy especial que se ha realizado para esta aplicación específica ya que normalmente los láseres empleados para realizar mediciones topográficas se valen de una frecuencia del haz cercana al rojo. Una luz considerada segura para los ojos ya que viene absorbida por el agua. Y aquí el primer problema. Un láser de este tipo no puede ser empleado para mapear una superficie de hielo ya que la señal no volvería con la nitidez necesaria para medir la distancia del objeto sobre el que rebote el láser. Por esto el equipo de Hamilton ha empezado a utilizar un láser de luz verde, que necesita más precauciones por parte del operador pero que solventa el problema de la interacción con el agua con creces. Hemos podido ver las primeras imágenes de la superficie del Helheim en directo y son impactantes. Más aún cuando acompañadas por el rugir del glaciar que noche y día cruje y fluye hacia su destino.
Los datos derivados de las unidades GPS posicionados todos los años, junto con estas imágenes más precisas del glaciar permiten comparar los patrones del flujo del glaciar con anomalías meteorológicas, las fluctuaciones de las mareas y terremotos glaciales.
Con los glaciólogos cooperan en este proyecto también oceanógrafos para investigar conjuntamente el papel que tienen las corrientes marinas del fiordo en el comportamiento del glaciar. La mayoría de los glaciares que están cambiando rápidamente en Groenlandia tienen salida al mar, y por lo tanto la comprensión de los cambios del océano es una parte importante del rompecabezas glaciológico. Las mediciones muestran que circulan por el fiordo al que desemboca el glaciar Helheim aguas a temperaturas de más de 4ºC. Se trata de aguas muy cálidas para estas latitudes y que las tienen todas consigo para poder llegar a fundir drásticamente el frente del mismo. La hipótesis que estudian es que los cambios en atmósfera y océano acontecidos desde mediados de la década de 1990 han dado lugar a una afluencia sin precedentes de aguas cálidas y subtropicales hasta la plataforma continental de Groenlandia.
Mañana encontraremos en persona a la profesora Fiamma Straneo, oceanógrafa de la Woods Hole Oceanographic Institution, quien está estudiando los patrones de las corrientes en varios fiordos en el este de Groenlandia, y aportando sus datos para la investigación de la interacción entre los cambios en las corrientes y aquellos en la velocidad del flujo de los glaciares.
Mientras tanto, en el campamento no nos falta de nada: tenemos un riachuelo cerca para refrescarnos (si así se puede decir de un agua a 5ºC), hemos montado una pequeña nevera de piedra y nieve para mantener frescas las viandas, un buen banco de cocina improvisado con lastras de piedra y, no podría faltar, unas espectaculares manifestaciones nocturnas de aurora boreal.
Tan bien nos hemos asentado que un zorro ártico ha sentido esta noche la atracción fatal por nuestra nevera y… se ha llevado un lomo y un chorizo ecológicos de cerdo ibérico que había traído de España para deleitar a mis compañeros de aventura. Desde luego no se puede negar que ha tenido muy bien gusto…
A pesar de la rapiña de esta noche, seguimos con los menús culinarios para cada cena.
Ha empezado a llover y a hacer mucho frío así que algo caliente: chili con tacos (totopos) y queso de oveja semicurado ecológico traído desde España y salvado del zorro.
Sara Pizzinato, miembro de Salvia
Otros enlaces:
Una historia de ciencia del cambio climático – Parte 1: ¿para qué sirve un glaciólogo?
Una historia de ciencia del cambio climático – Parte 2: ¿los pies calientes del gigante?