Ramón Armero.- Es importante conservar los bosques, pero más aún “es importantísimo” conservar los suelos, ya que son “grandes retenedores de CO2”, afirma el ingeniero forestal, doctor en Medio Ambiente y naturalista, Enrique García, en su libro ‘La inteligencia de los bosques’.
García expresa en el libro (editado por Guadalmazán) que los suelos a escala mundial tienen un reservorio de dióxido de carbono (CO2) de “casi el doble” de lo que se estima que alberga la flora de los bosques, de ahí que no solo sea importante la conservación del bosque en sí, sino de raíces, microorganismos u hojarasca albergados en el suelo de los mismos.
El texto se estructura en siete capítulos que narran desde el proceso de formación de las raíces hasta el desarrollo del tronco y de las ramas, el surgimiento de hojas, flores y frutos y las formas de comportamiento, relación y supervivencia entre especies de árboles, así como los factores que condicionan el entorno boscoso.
“A la gente le gusta que le cuenten cosas, pero cosas que puedan ser entendibles”, asegura García, en un intento de sintetizar el enfoque con el que ha abordado la redacción del libro, más cercano a la divulgación que a la publicación científica: “Un texto que pueda servir a cualquier ciudadano que tenga ganas de salir al campo y conocer mejor todo aquello que pueda estar viendo”.
Grandes atesoradores de CO2
El ingeniero forestal considera que los bosques son “casi el único sumidero sobre el que podemos actuar”, a diferencia de los océanos en los que no podemos modificar la capacidad de retención, y que hay que conservarlos y favorecer su crecimiento para que se conviertan en “grandes atesoradores de dióxido de carbono”.
La crisis climática ha supuesto un cambio “fugaz” a efectos geológicos, explica García, que en el libro detalla cómo las plantas no tienen capacidad de adaptarse inmediatamente a un cambio tan rápido y están sufriendo alteraciones, por ejemplo, “en el período vegetativo o las épocas de floración”.
En relación a la salud de las personas, García asegura que los alergólogos están detectando problemas alérgicos provocados por los pólenes antes de lo que lo hacían hace “hace diez, quince o veinte años”, lo que obedece a una mayor temperatura en la superficie terrestre que provoca que las plantas florezcan y liberen el polen antes de tiempo, afectando no solo a la salud humana, sino a la supervivencia de especies polinizadoras.
“Hay que pensar que hay plantas y animales que dependen mutuamente entre sí”, sostiene, refiriéndose a aquellos animales que mantienen su ritmo y se ven afectados por el hecho de que las flores en ese momento ya estén desapareciendo: “Está siendo una revolución en el medio natural”.

Desaparición de especies
Según el ingeniero forestal, la crisis climática está suponiendo la desaparición de determinadas especies de árboles por el descenso de precipitaciones o la acumulación de las mismas en pocos procesos puntuales (inundaciones) y, a su vez, supone que especies que antes no podían desarrollarse en determinadas altitudes por las bajas temperaturas, puedan hacerlo, algo “impensable hace 30 o 40 años”.
Con respecto a la capacidad de resiliencia de árboles y bosques, García utiliza en el libro a los líquenes para explicar qué son los “bioindicadores ambientales”, ya que su presencia o ausencia determina la calidad del aire que respiramos.
Desarrolla el modo en que los líquenes desaparecen en lugares con una contaminación elevada, pero reaparecen cuando esa contaminación disminuye, ya que a medida que las condiciones mejoran “van llegando especies de líquenes que son más delicadas, más lentas en incorporarse al ecosistema” y esto sirve como indicador de cómo de puro es un ecosistema.
Sobre la presencia de árboles en el entorno urbano, García aboga por “adaptarse a cada uno de los espacios” instalando árboles grandes, medianos o arbustos, ya que “su presencia mejora la salud de los habitantes”, por ejemplo, ayudando a mitigar “los contrastes térmicos típicos del clima mediterráneo”. EFEverde
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