José María Cernuda.- Dos consecuencias derivadas del uso de la energía nuclear no admiten discusión: la nula emisión de CO2 a la atmósfera; y el riesgo de las mismas y los residuos que generan.
También son dos las encendidas polémicas sobre el uso y el futuro de las nucleares: la de los que abogan por el mantenimiento de las existentes y el aumento de su número, fundamentando su criterio en que la tecnología favorece la disminución de los riesgos que tienen y la gestión de los residuos que generan; que no se agotarían; que tienen un impacto neutro en la generación de contaminantes; y que su uso debe sustituir la dependencia de las energías procedentes de la combustión de minerales, gases e hidrocarburos, que son las que provocan y aceleran el cambio climático. Igualmente los defensores se amparan en que permiten evitar las dependencias de los países de los que importan tanto la energía contaminante como la nuclear, considerando que hay algunos que superaron, hace años, la polémica de su uso y se permiten vender y ganar con sus excedentes. También se justifican en que es más barata comparada con los costes de las energías contaminantes y de las renovables y que, finalmente, son generadoras de más empleo y de mejor calidad que los que resultan de aquellas.
Nucleares si, nucleares no
Los que abogan por el cierre y abandono de las nucleares entienden que gozan de argumentos solventes para sostener su criterio: el riesgo no lo solucionará la tecnología, que solo puede minimizarlos y los accidentes que se produzcan, inevitables a pesar de la reducción de los riesgos, siempre tienen consecuencias irreparables para el medio ambiente y son de tan larga duración que permanecen por generaciones y se extienden mucho más allá de las fronteras políticas o geográficas. Solo recordar Chernobyl o los reactores norteamericanos de Three Mile Island en Estados Unidos, son sus mejores ejemplos. Además, los residuos, altamente peligrosos, no pueden eliminarse y su multiplicación ya está generando graves problemas de almacenamiento y de gestión. Consideran que el uso de la misma deriva, inevitablemente, en mejorar capacidades militares con criterios diferentes a los meramente energéticos o medioambientales. Y, finalmente, que no está tan claro que su impacto para el medio ambiente sea tan aséptico como publicitan los defensores de su uso, ni que sea más barata ni genere más empleos y de mejor calidad que las renovables.
Todos están de acuerdo, sin embargo, en que, polémicas aparte, la nuclear es una de las energías a tener en cuenta cuando se agoten las procedentes de las contaminantes con las que seguimos conviviendo en la actualidad.
Con ánimo meramente descriptivo y sin que Ley y Clima se pronuncie y se posicione al lado de una u otra postura sobre la energía nuclear, hay que considerar y valorar otras dos circunstancias que, actualmente, se están produciendo sobre todo este polémico asunto:
1.- Los cambios de criterio de personalidades, instituciones y organismos, partidos políticos y, finalmente, gobiernos elegidos democráticamente; que han pasado de promover su paralización y cierre paulatino, a fomentar el mantenimiento y crecimiento de la energía nuclear.
2.- Que los cambios de criterio se han llevado sin demasiada oposición ciudadana y se están ejecutando en aquellos países que, años después de renegar de ella, vuelven a abrir nuevas centrales nucleares utilizando los argumentos enumerados anteriormente y alguno más que no he dejado recogido, rectificando sin ningún pudor sus antiguas políticas de abandono de la energía nuclear de las que habían sido pioneros desde el principio.
Es difícil establecer una relación causa-efecto entre el uso de la energía nuclear y el cambio climático. Parece demostrado que obedece a otras razones: múltiples, complejas e interrelacionadas. La Ley, hoy por hoy, y en nuestro país, tampoco parece que favorezca su desarrollo e implantación, sino todo lo contrario y, finalmente, los ciudadanos se encuentran divididos entre defensores y detractores.
Queda claro que, en pocos años, habrá de decantarse por una u otra postura; o por quedarse en un término medio para combinar la nuclear con las renovables, una vez agotadas las energías contaminantes. Esperemos que, suceda lo que suceda, la Ley sea un instrumento eficaz para que si se decide su uso, se vele por el estricto cumplimiento de las normas para evitar los riesgos que la tecnología, previsiblemente, no pueda anular a pesar de su desarrollo.
José María Cernuda
Ley y Clima
17 de febrero, 2011
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