El proyecto Desertec, promovido por un consorcio de empresas alemanas, aspira a constituirse en la alternativa de suministro energético verde para el norte de Europa. La idea es sencilla, aunque de dimensiones colosales: se trataría de crear una red de grandes instalaciones de producción eléctrica renovable (eólica, fotovoltaica y, muy especialmente, termosolar) en el norte de África y construir, en paralelo, la red eléctrica necesaria para trasladar toda esa energía a nuestro continente. Una idea ambiciosa, pero que según van pasando los meses va ganando en viabilidad técnica y económica. Y una forma perfecta de sacar partido a territorios hasta ahora desaprovechados, pero de inmenso potencial. Porque, como se afirma en la página web de la Fundación Desertec: “En 6 horas, los desiertos del planeta reciben toda la energía que consume la Humanidad en un año”.
Llevamos tiempo oyendo hablar del pico del petróleo y, en general, del carácter limitado, finito que tienen las materias primas energéticas, uranio incluido. Como en la actualidad todo nuestro sistema económico está fundamentado en estas fuentes de energía, resulta muy tranquilizador saber que contamos con tecnologías alternativas que incorporan además la ventaja de ser inagotables. Tenemos que dedicar ingentes recursos para reemplazar unas centrales eléctricas por otras, pero contamos ya con la solución. Podríamos decir, utilizando un lenguaje más propio de los libros de autoayuda, que el asunto de la energía no es realmente un problema, no es motivo de preocupación, sino de ocupación. De ponernos a ello, vaya.
“En 6 horas, los desiertos del planeta reciben toda la energía que consume la Humanidad en un año”.
Aquellos que defendemos la necesidad del cambio urgente en nuestro modelo energético, los que nos preocupan los inmensos problemas asociados a las tecnología convencionales, entre ellas y muy singularmente el calentamiento global, nos encontramos sin embargo ante un dilema. Sabemos que hay que dejar de quemar gas, carbón y petróleo (así como de fisionar átomos) y que la difusión masiva de aerogeneradores, espejos y paneles fotovoltaicos se debe materializar en pocas décadas. Pero sabemos también del pésimo mensaje que podemos estar lanzando a nuestras sociedades opulentas cuando hablamos de recursos inagotables. Si con seis horas de sol sobre los desiertos de la Tierra, obtenemos toda la energía que necesita la Humanidad en un año, lo que muchos estarán escuchando es que no hay límites al bienestar material, que los agoreros del decrecimiento y la sobriedad en el vivir (que no austeridad) son en realidad hombres y mujeres grises que quieren tornar en grises también nuestras vidas.
Podemos sacar partido a esta crisis o no. Esto es lo que de verdad nos estamos jugando en estos años. Podemos cuestionarnos nuestro modelo de crecimiento o seguir como hasta ahora, con este business as usual consistente en volver a inyectar suficiente dinero que ponga en marcha la siguiente burbuja de activos, sobre la que montarnos como surfistas en la cresta de la ola, hasta el inevitable y recurrente batacazo final. Tenemos la oportunidad de abandonar esta loca y ciclotímica carrera con la que estamos llevando cada vez más lejos la destrucción del planeta, pero eso no se va a conseguir reemplazando energías contaminantes por tecnologías limpias y renovables, sino cambiando los valores imperantes en nuestras sociedades. No podemos fundamentar la viabilidad de nuestras economías en la acumulación infinita de bienestar material, de amontonar opulencia sobre opulencia. Y la imagen que podemos crearnos de la transición energética como un éxodo hacia el paraíso terrenal, donde bastará con alargar el brazo para alimentarnos de los frutos de los árboles, puede ser muy contraproducente.
No permitamos que las energías renovables se conviertan en cómplice de las fuerzas que están acabando con el planeta
En las centrales termosolares, miles de espejos concentran la energía del sol en la parte más alta de una torre o van incidiendo en un liquido calorportador que circula por un tubo interminable. En la cúspide de la torre o al final del tubo se alcanzan temperaturas que pueden superar largamente los 700 grados centígrados y es con ese calor con el que se mueve una turbina que proporciona la electricidad.
Mucho calor. Es lógico que se nos suba a la cabeza. Qué veamos oasis y palmeras cargadas de cocos. Tenemos que enfriar estas expectativas, meter la cabeza en agua helada y evitar así que las energías renovables se conviertan en cómplice de las fuerzas que están acabando con el planeta.