Estoy escribiendo desde la sala plenaria de la reunión de la Comisión Ballenera Internacional (CBI) aquí en Agadir, dónde, como ya se venía venirdesde ayer por la tarde, uno tras otro los países miembros declaran muerto el proceso de negociación que arrancó hace tres años para buscar una salida a dos décadas de impase.
Estoy escribiendo desde la sala plenaria de la reunión de la Comisión Ballenera Internacional (CBI) aquí en Agadir, dónde, como ya se venía venirdesde ayer por la tarde, uno tras otro los países miembros declaran muerto el proceso de negociación que arrancó hace tres años para buscar una salida a dos décadas de impase.
Después de dos días de reuniones a puerta cerrada, falló el valor y la voluntad política, y tiraron la toalla.
Los grandes vencedores son los tres países, Japón, Islandia y Noruega que podrán seguir cazando miles de ballenas sin control internacional alguno.
Hay dos grandes perdedores:
Las ballenas por supuesto, cuya caza comercial (o científica como dice Japón) va a seguir, incluso en el “santuario” del Océano Austral. La credibilidad de la CBI está a ras del suelo, pero no esto no es todo…
La incapacidad de los 88 países miembros de la CBI es una mala noticia en estos tiempos revueltos que vive la gobernanza ambiental mundial. Si la comunidad internacional no es capaz de arreglar un tema como éste, en el cual, en definitiva los intereses en juego son muy limitados y pequeños, ¿qué esperanza nos queda de que los gobiernos pongan de lado sus estrechos intereses nacionales y políticos para enfrentarse a desafíos mucho más importantes y complejos, como el cambio climático?
El Ministro de Medio Ambiente de Australia acaba de decir que el fracaso de Agadir (al cual él ha contribuido activamente) “no es el fin del mundo”. Pues, no estoy seguro.
Remi Parmentier, Varda Group