Valentín Carrera / El Consejo de Ministros aprobó esta semana enviar a las Cortes la Ley de Cambio Climático y Transición Energética. Es un hecho histórico sin precedentes: que un Gobierno asuma como propio y prioritario el programa del movimiento ecologista en las últimas décadas.
La ley de cambio climático ―bienvenida sea ― llega con 30 años de retraso
Treinta años, hasta 2050, sobreviviendo en emergencia climática es una eternidad
No puedo desmenuzar en apenas tres minutos el contenido de esa ley que, en todo caso, saludo con entusiasmo, convencido de que es un paso firme en la buena dirección.
Como dice el propio proyecto de ley, es una respuesta transversal, de país o de Estado, a la emergencia climática. Les invito a leer el proyecto y a participar activamente en el debate ciudadano que debería acompañar al debate parlamentario que ahora empieza. Hagamos nuestra la Ley de Cambio Climático llevando sus objetivos hasta las últimas consecuencias.
No puedo desmenuzar el articulado del proyecto, pero sí expresar una inquietud: la ley establece un horizonte temporal que me produce desasosiego, alcanzar la neutralidad climática no más tarde de 2050.
Treinta años sobreviviendo en emergencia climática es una eternidad. Treinta años sobreviviendo abrasados, desecados, contaminados, perdiendo calidad de aire, destrozando biodiversidad, desertizando bosques y plastificando los mares y océanos, es una condena.
Si en tres meses la pandemia de COVID-19 lo ha cambiado todo, en treinta años la peonza del cambio climático puede girar varias veces sobre sí misma, podemos esperar gobiernos terraplanistas como los de Trump y Bossonaro, que deroguen leyes progresistas y caminen hacia atrás.
Mi preocupación es un poco egoísta ―si llego a 2050, me gustaría vivir esos años en un entorno saludable, no contaminado, y comer alimentos naturales, sin pesticidas―; pero me preocupan los que vienen detrás: ¿De verdad vamos a consentir que nuestras hijas y nietos sigan viviendo su madurez en el carrusel de la emergencia climática hasta que lleguen a su propia jubilación?
La ley de cambio climático ―bienvenida sea― llega con 30 años de retraso. Si la catástrofe global es urgente, como nos dicen los propios impulsores de la ley, y como decimos todos machaconamente, ¿por qué esperar 30 años para salvarnos?
La primavera avanza.
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