En 1930 el economista J. M. Keynes pronosticó que cien años después sólo sería necesario trabajar 15 horas semanales para satisfacer nuestras necesidades. Nos acercamos a la fecha prevista, pero no se ha cumplido su vaticinio.
Incluso en la actualidad suele ser necesario que dos miembros de la unidad familiar trabajen fuera de casa, algo que entonces no ocurría. ¿Erró Keynes o nos hemos equivocado nosotros?
Su pronóstico se fundamentaba en que el avance de la eficiencia y la mecanización nos ayudaría a cubrir la mayor parte de las necesidades básicas, permitiéndonos dedicar menos tiempo al trabajo remunerado y más a otras tareas familiares, sociales, comunitarias, artísticas, de recreo… Y probablemente se habría cumplido de no ser porque nuestra sociedad ha incurrido al menos en dos errores: la creación de infinitas necesidades “artificiales” -que nos atan al trabajo más de lo razonable- y el escaso reparto del fruto de la mecanización entre los trabajadores.
Por tanto, sería conveniente ser más críticos con las supuestas necesidades publicitadas por un sistema que pretende crecer infinitamente, algo imposible en un mundo de recursos finitos. Y asimismo deberíamos plantear acciones comunitarias, cooperativas y colaborativas que permitan repartir socialmente el éxito de la mecanización y la robotización.
Recursos naturales y energéticos
Tengamos en cuenta que el anhelado crecimiento económico a una tasa real del 3% anual implicaría duplicar la producción y el consumo cada veinticinco años aproximadamente, y multiplicarlos por más de 18 a los cien años. Sin embargo, la escasez de recursos naturales y energéticos no permite dicha fantasía de crecimiento permanente; más si cabe, teniendo en cuenta que desde los años 80 del siglo pasado nuestra huella ecológica es superior a la capacidad de regeneración del planeta. En consecuencia, el nivel de producción y consumo debería ser ya menor, especialmente en las sociedades opulentas occidentales. De lo contrario, estamos condenando a las generaciones futuras a disponer de menos recursos que la actual, así como a padecer los efectos del temido cambio climático provocado por nuestros excesos insostenibles.
Durante las últimas décadas nos hemos beneficiado del regalo que ha supuesto el uso de recursos naturales y combustibles fósiles abundantes y baratos, hasta el extremo de perseguir el crecimiento económico sin valorar sus efectos perniciosos (cambio climático, contaminación, deterioro de salud, estrés, etc.). Dicha riqueza natural nos ha permitido crecer económicamente “dopados” con fuentes de energía sin parangón, que ya están alcanzando sus máximos posibles de extracción anual (y aunque es urgente su sustitución por fuentes renovables, no parece posible que estas nos ofrezcan la misma capacidad energética neta ni su versatilidad).
Asimismo, en el ámbito del mercado laboral, la abundancia de recursos y energía permitió la denominada “destrucción creativa de puestos de trabajo”. Según esta, la mecanización destruía empleos en algunos sectores, pero al mismo tiempo suponía una generación neta de trabajo gracias al aumento de producción en los nuevos sectores y a la generalización del consumo.
Robotización, trabajo y sostenibilidad
Sin embargo, en la actualidad nos enfrentamos a un escenario con límites que imposibilitarán el crecimiento económico generalizado a largo plazo, y en el cual la robotización sustituirá puestos de trabajo sin que exista posibilidad de generación neta de trabajo por la falta de crecimiento. En estas circunstancias resulta pertinente plantearnos nuevos paradigmas para disfrutar de una vida más sencilla, saludable, familiar, cooperativa y comunitaria; así como más respetuosa con el medio ambiente y que permita repartir el trabajo y los frutos de la mecanización.
No caigamos de nuevo en la trampa que nos ata con “nuevas necesidades”. Hagámoslo no sólo por nuestro bienestar, sino también por dejar a nuestros descendientes la posibilidad de vivir en unas condiciones al menos similares a las que nosotros heredamos. Eduquemos a nuestros jóvenes para que disfruten de los placeres de la sobriedad y de la libertad que ello conlleva.
(*) Vicent Cucarella es economista, síndic major de la Sindicatura de Comptes de la CV y autor de “Economía para un Futuro Sostenible”
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