(*) Eduardo Calabuig.- En multitud de ocasiones hemos escuchado la expresión ¡Árbol va! en televisión u otros medios, pero seguro que pocos nos preguntamos qué sabemos de la industria que está detrás del aprovechamiento y la transformación de la madera.
Sin duda, asociaremos estos dos vocablos a la ruidosa caída de un vigoroso árbol, abatido a manos de un personaje con pocos escrúpulos, ataviado con hacha, de porte recio, curtido semblante y uniformado inequívocamente con una camisa de cuadros. Nada más lejos de la realidad, pues el aprovechamiento de las masas forestales y la industria nacional de la madera han sufrido en las últimas décadas un increíble proceso de modernización en pro del incremento de la productividad, la seguridad, la eficiencia y la sostenibilidad medioambiental.
APROVECHAR PARA CONSERVAR
Lo cierto, es que antes de que un árbol sea talado en nuestro país se deben dar una serie de condiciones, que aunque la urbana sociedad actual tiende a desconocer, se sustentan en técnicas muy depuradas, todas englobadas por la ciencia forestal. El aprovechamiento de la madera en los bosques se fundamenta en la ordenación de montes que, explicada a groso modo, consiste en la planificación de los aprovechamientos forestales en el tiempo y espacio, en función de las existencias actuales del recurso[1] (madera, en el caso que nos ocupa) y de su crecimiento[2]. La planificación persigue mantener una renta económica sostenida para el propietario, garantizar la estabilidad de la masa forestal frente a perturbaciones (incendios, vendavales, plagas, etc.) y especialmente salvaguardar la persistencia de la misma. Esta herramienta es la que, desde el siglo XIX, nos ha permitido a los forestales aprovechar los bosques sin comprometer su futuro, formando parte indisoluble de su conservación y de la riqueza económica de la España rural.
Así pues, con el bosque “ordenado” e identificados los aprovechamientos de madera, entra en acción la industria, que a través de empresas especializadas y personal cualificado se encarga de explotarlo, apeando los árboles designados, con el empleo de sofisticadas máquinas diseñadas para tal fin. La industria maderera es altamente desconocida y en demasiadas ocasiones incomprendida por el pueblo llano. A todos nos vienen a la mente aquellos sucios y rudimentarios aserraderos que aparecían en las películas de terror del siglo pasado o las gigantescas factorías que nos muestran en algunos documentales hoy en día, con sus grandes columnas de humo, y que a menudo se visualizan asociadas a talas ilegales e incontroladas. Nuevamente, la cultura televisiva nos juega una mala pasada y nos aleja de la realidad, pues la industria de la madera opera con elevados estándares medioambientales y consume una parte muy pequeña[3] de la producción de madera de los montes españoles. De hecho, la madera es un recurso muy beneficioso para la sociedad y por desgracia ampliamente infrautilizado en nuestro país. Es una materia prima renovable y reutilizable, su aprovechamiento favorece la conservación de los bosques, afianza el tejido económico rural[4] y mitiga el cambio climático. Las masas forestales, rejuvenecidas por el aprovechamiento de la madera, incrementan su capacidad para fijar CO2 y los productos fabricados en madera pueden retener el carbono durante muchos años. En ocasiones durante siglos, como podemos contemplar en las estructuras de los soportales de nuestras plazas y calles más emblemáticas.
EL PERIPLO DE LA MADERA: LA INDUSTRIA DE PRIMERA Y SEGUNDA TRANSFORMACIÓN
El viaje de un árbol puede ser muy distinto en función de la especie, edad, propiedades de su madera y otros factores tecnológicos. Este árbol, fragmentado en troncos, puede dirigirse a múltiples industrias, como un aserradero. Donde los troncos se dividen en partes más pequeñas de dimensiones estandarizadas, obteniendo madera aserrada útil para la carpintería de muebles, puertas y ventanas, suelos y vigas para la construcción de viviendas, tablas de embalaje (palés) o listones de tonelería, entre otros. Pueden, en cambio, viajar a una planta papelera donde se disgregan las fibras de celulosa, empleando procesos físicos y químicos complejos, en forma de pasta que posteriormente se transforma en el papel y derivados que usamos a diario, gracias a la acción de la increíble máquina de papel, que alcanza habitualmente más de 150 metros de longitud.
Otros troncos de madera, considerada noble, se cortan con potentes mecanismos (cizallas o tornos) para obtener láminas de espesores muy finos (milímetros o décimas de milímetros), tal y como acostumbramos a hacer con el buen jamón ibérico. Es lo que se denomina chapa, que es utilizada para recubrir externamente tableros o para componer tableros contrachapados[5] que se destinan a los revestimientos, la industria del mueble, la náutica y la del caravaning, o a algo tan cotidiano como una caja de fruta.
Madera talada, foto de Eduardo Calabuig
Por su parte, estos troncos pueden también constituir maderas laminadas[6] y postes, que recobran paulatinamente la importancia perdida por la madera en la construcción de edificaciones, cercados y líneas telefónicas. Quedarían por mencionar las industrias del tablero de fibras, partículas y virutas, que se abastecen principalmente de los troncos más delgados o de subproductos, como la astilla o el serrín, generados durante el aserrado de la madera. Estas nos surten de tableros de distintas características, que recubiertos con papeles melamínicos[7] o chapas, conforman los muebles, cocinas y puertas de la mayoría de los mortales.
Mediante la primera transformación de la madera se genera un producto terminado o semielaborado que consume la industria de segunda transformación para obtener otros productos finales. Es el caso de la industria del mueble y sus derivados, que emplea la madera aserrada, chapas y todo tipo de tableros. También la industria del embalaje de madera, papel y cartón, o la de la celulosa, que fabrica productos tan indispensables hoy en día como las mascarillas o el papel higiénico. A parte, se incluye en este grupo cualquier otra industria que fabrique productos de madera, tales como los instrumentos musicales, ataúdes, juguetes y, con cada vez más ahínco, casi cualquier producto que nos podamos imaginar. Véase como ejemplo, gafas y relojes de pulsera manufacturados en madera.
MÁS MADERA: ECONOMÍA CIRCULAR Y CICLO DEL CARBONO
No debemos olvidar que, al igual que hacemos con el cerdo, en la industria de la madera también se aprovecha todo. Además, como mejora, es posible recuperar los productos que han llegado al final de su vida útil (palés, muebles, papel, cartón, y un largo etcétera). La industria papelera y la del tablero de partículas son capaces de reintroducir en sus respectivos procesos productivos papel y madera, previamente transformada, proporcionándoles una nueva vida. De forma que mantienen secuestrado el carbono[8] durante más tiempo y valorizan un potencial residuo, cuyo fin último sería el vertedero o su incineración. Hecho que supondría la liberación a la atmosfera del CO2 que ya casi no recordábamos que fijó el árbol mientras creció durante toda su vida.
Por otro lado, la industria de la madera es pionera en el aprovechamiento de los “residuos” que genera, puesto que utiliza habitualmente los subproductos (recortes, astillas o la corteza de los troncos) como biocombustible para producir el calor necesario en sus procesos, en ocasiones generando simultáneamente electricidad para nuestros hogares. Es en este apartado donde se debe mencionar la industria bioenergética. Fábricas de pellet que aprovechan el serrín de los aserraderos, y otros centros que utilizan los subproductos derivados de la industria “clásica” de la madera para obtener energía térmica o eléctrica mediante su combustión, emitiendo nuevamente el CO2 y el agua que volverán a absorber los árboles en un ciclo sin fin. Desde nuestros inicios, hasta la llegada del petróleo y el gas, el combustible principal ha sido la leña y el carbón vegetal. Tras décadas de excesos, con consecuencias nefastas en forma de calentamiento global y cambio climático, la biomasa forestal volverá a tomar un papel relevante en el mix energético por el bien de la conservación de nuestros bosques y la reducción del riesgo de incendios forestales.

Como se ha demostrado durante la crisis del COVID-19, la ancestral y paradójicamente desconocida industria de la madera nos ha provisto de productos esenciales, como palés y embalajes para la alimentación y otros sectores indispensables, o mascarillas y batas para nuestros sanitarios. Así mismo, puede brindarnos la oportunidad de sustituir otros materiales más contaminantes como el plástico, el metal o el hormigón, contribuyendo altamente a nuestro desarrollo económico, ecológico y social. Países como Suecia o Finlandia son un ejemplo recurrente de sociedades del bienestar altamente desarrolladas, que basan buena parte de su economía en la producción forestal. La industria maderera española es una industria tradicional y estratégica, preparada para liderar la economía del carbono, juega un papel crucial en la mitigación del cambio climático y contribuye a la conservación de las amenazadas masas forestales mediterráneas, pues de la persistencia de estas depende nuestro futuro como sociedad.
[1] Según el segundo y tercer inventario forestal nacional, las masas forestales españolas albergan más de 1000 millones de m3 de madera y su superficie crece año tras año.
[2] El crecimiento de madera en los bosques españoles se estima en 50 millones de m3 por año.
[3] De acuerdo al avance de la estadística forestal de 2018, la industria maderera solo aprovecha anualmente cerca de 20 millones de m3 de madera.
[4] Según estudios de UNE madera, el sector está constituido por más de 20.000 empresas donde trabajan directamente más de 160.000 personas.
[5] Tableros fabricados gracias a la superposición perpendicular de un número impar de chapas de madera obtenidas por desenrollo, unidas con adhesivos mediante presión y temperatura.
[6] Se constituye uniendo con adhesivos tablas de madera por cualquiera de sus caras para obtener piezas de dimensiones ilimitadas y de comportamiento estable muy útiles en estructuras.
[7] Papeles impregnados con resinas melamínicas con diseños decorativos que se utilizan para recubrir tableros mediante presión y temperatura.
[8] Aproximadamente el 50% de la materia seca de la madera es carbono, por lo que 1 m3 de madera mantiene secuestrada 1 tm de CO2.
(*) Eduardo Calabuig es Ingeniero de Montes
Fotos @arturolarena y Eduardo Calabuig
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