Un siglo ha pasado desde que un pequeño pero gran grupo de personas reconociera en las marismas del Guadalquivir no solo la belleza intrínseca y estética de este último rincón de Europa antes de dar el gran salto al continente africano, sino su singularidad a nivel mundial. Indudable patrimonio, a todos los niveles, para la construcción de nuestra sociedad: valores identitarios, culturales, sociales, económicos y, qué duda cabe, ambientales. Esa semilla fructificó casi medio siglo después.
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