Mi nombre es Eduardo Pacheco Cetina y soy un orgulloso Holboxeño. Yo crecí en esta isla al norte del estado de Quintana Roo, México, en una casita junto a la primaria. De mi infancia tengo gratos recuerdos, pero en especial de cuando iba con mis amigos a jugar a la playa al terminar las clases. Ahí pasábamos horas, era muy divertido, pero lo que más me gustaba era sentir a los peces rozándome las piernas y ver nadando a las tortugas y los caballitos de mar.
En los meses de abril, mayo, junio y julio, durante las noches, llegaban las tortugas a desovar. Muchas veces mis amigos y yo las vimos esforzándose en cavar sus nidos, y de 45 a 60 días después también era común observar tortuguitas naciendo y dirigiéndose al mar. Ser testigo de eso me provocaba emociones que soy incapaz de expresar.
Crecí y salí de Holbox para estudiar turismo. Entonces escuché por primera vez sobre el cambio climático. Al principio no le di importancia, creí que se trataba de glaciares derritiéndose y que eso nada tenía que ver conmigo. Durante mi época de estudiante comenzó a interesarme la fotografía y al terminar mis estudios, decidí regresar a mi isla natal. Fue cuando descubrí que las cosas eran bastante diferentes: mi familia y amigos seguían acá, eso no había cambiado, mi cariño por Holbox tampoco, pero el espacio sí: ahora había más hoteles, taxis, restaurantes, tiendas y mucha gente nueva. También noté que las estaciones del año ya no eran tan puntuales como antes y que las inundaciones eran cada vez más frecuentes.
Cuando nadaba ya casi no había peces, tortugas ni caballitos de mar. Muchos de los habitantes de la isla no eran de aquí, algunos venían de distintas partes del país pero también del extranjero, otros habían llegado de vacaciones y al final se quedaron enamorados del lugar. Lo que casi todos tenían en común era la preocupación por los daños que el cambio climático estaba haciendo al planeta en general, y a Holbox en particular. Fue cuando comprendí la magnitud del problema, lo cercano que es para mí y para todos nosotros.
Poco a poco conocí grupos que buscaban soluciones para reducir las amenazas a este grave problema. Desde entidades gubernamentales y asociaciones civiles hasta gente de la comunidad y en especial del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) y Pronatura Península de Yucatán, que ya tiene más de 20 años trabajando para la conservación de la tortuga marina en la región. Ellos daban pláticas a la comunidad y a los niños para advertir de los peligros del cambio climático y sus efectos negativos. Tomé una de estas capacitaciones y gracias a eso comprendí dos cosas: una, que buena parte de los daños originados por éste fenómeno son ya irreversibles, y dos, que hay una urgencia vital por actuar y adaptarse a los efectos.
El incremento en la temperatura de la arena de las playas provoca una mayor muerte en los huevos de las tortugas, que las crías tengan problemas de movilidad y que nazca una mayoría de hembras. Además en los últimos años ha habido un aumento en la proliferación de sargazo, lo que les impide llegar a sus zonas de anidación. También se ha agudizado la erosión de las playas, lo que las despoja de lugares naturales para desovar. La forma de pescar también ha cambiado ya que las cantidades de peces obtenidas son cada vez menores, por lo que se deben buscar nuevas áreas cada vez más lejanas. Además, las tormentas se han vuelto más intensas y las estaciones más inestables.
Yo y otros miembros de la comunidad somos testigos de cómo se analiza la vulnerabilidad de las especies de tortugas que llegan a desovar en la isla, la blanca y la carey. Aprendemos a monitorear las temperaturas y los perfiles de las playas a lo largo del año para evaluar sus cambios. Y acompañamos a los científicos en los recorridos por las playas durante las noches y mañanas para localizar los nidos, marcarlos y contarlos, extraer los huevos con mucho cuidado y reubicarlos cuando se encuentran en zonas susceptibles a inundación a sitios más cercanos a la duna costera, cuidándolos hasta el nacimiento de las crías.
Recuerdo perfectamente el primer nido que reubicamos. Tal vez por ser el primero me grabé su ubicación y sentí a las tortugas que nacieron como mis propias hijas. Esa madrugada reviví la emoción de cuando era niño, pero ahora sabía que estaba en mis manos hacer algo por ayudar a mi isla.
Además del cambio climático las tortugas enfrentan diversas amenazas: el desarrollo costero que altera sus playas de anidación, la iluminación artificial que afecta su orientación al desovar y nacer, su captura incidental en pesquerías dirigidas a otras especies, la contaminación del mar, la depredación por mapaches, perros, pájaros y cangrejos, entre otros, pero sobre todo, la sobreexplotación por parte de los seres humanos que sacan los huevos de sus nidos para venderlos o capturan tortugas para comerciar su carne o elaborar peines y otros artículos y vender sus caparazones.
Entendí que el cambio climático no afecta sólo a las tortugas sino a todas las especies, incluidos nosotros. Además la situación no era exclusiva de Holbox, esto se replicaba en la Península de Yucatán, Latinoamérica, el Caribe y en el resto del planeta, solo que con otras especies y en otros ecosistemas. La magnitud del problema me hizo redoblar esfuerzos y compartir mi experiencia con otros que aún dudaban del cambio climático. Así logré incorporar a más amigos al desafío. A pesar de las carencias de equipo, vehículos o personal, las organizaciones de la sociedad civil están muy bien organizadas y ya han visto resultados positivos. Pronatura Península de Yucatán protege 32 kms de playa mediante patrullajes durante los 7 meses (abril a septiembre/octubre) que dura la época de anidación, y solo en el 2015 protegieron 50,300 huevos de tortuga de carey y liberaron 47,900 crías de esta especie en Holbox, sumados a los 46,300 huevos de tortuga blanca protegidos y 44,300 crías liberadas.
PUNTO B PUNTO A
Desde entonces intento tomar fotografías y eso me ha ayudado a ver los daños directos del cambio climático.
A pesar de las enormes satisfacciones que he tenido, reconozco que no es fácil. Hace un año, en plena época de desove, me sentía mal y no quise levantarme a mi ronda. Esa madrugada soñé con una tortuga que no podía llegar al mar, así que al despertar fui a mi recorrido y rescaté, como en mi sueño, a una pequeña que se había quedado atorada y no podía alcanzar su meta. A partir de ese día no he vuelto a fallar.
El Holbox de mi niñez jamás volverá, eso no lo puedo cambiar, pero sí puedo ser parte de una transformación positiva. Hoy trabajo en un hotel, que junto con otros, ha logrado reducir la intensidad lumínica para no afectar a las tortugas. Ese tipo de acciones, reales, concretas y efectivas me llenan de esperanza pues me dan la certeza de que es posible vivir de otra manera. Además, es muy satisfactorio descubrir que mis amigos y mucha gente de la comunidad son parte de este esfuerzo, y que en otras partes del país hay personas que se suman, y que al final somos muchísimos alrededor del mundo, todos trabajando para reducir los impactos del cambio climático.
[divider]Otras tribunas en: WWF y el Clima en Marruecos, la COP22 de Cambio Climático