Considerar un éxito el resultado de la COP28 es como si nuestra casa está en llamas y nos felicitamos porque sabemos que el origen del problema es el fuego. Pero es cierto que los doscientos países participantes han conseguido, por primera vez en 28 ediciones, nombrar en el acuerdo final a los combustibles fósiles, que son la fuente principal de los gases de efecto invernadero. Y paradójicamente, ha tenido lugar en esta ocasión, cuando la cumbre se celebraba en uno de los principales países productores de petróleo del mundo.
Es un logro, pese a que, recordemos, los acuerdos de la COP no son vinculantes para los países. Es un logro, incluso cuando el lobby del petróleo ha conseguido «colar» en la declaración la captura artificial de CO2 como una de las futuras soluciones, si bien no existen todavía tecnologías desarrolladas ni seguridad científica sobre ello ―pero sí actuará de señuelo para retrasar la transición real―. Es un logro, aunque a día de hoy, en el mejor de los escenarios, nuestras emisiones vayan a elevar la temperatura terrestre entre 2,1 y 2,8 grados -muy por encima de los 1,5 grados que nos marcamos como límite en el Acuerdo de París-, con consecuencias climáticas que serán severas, por no decir catastróficas.
La casa está en llamas, sí, pero aun así, realmente podemos considerar que esta COP ha sido un éxito. Porque a pesar de la falta de ambición en los compromisos y la desconexión que muestran nuestros líderes mundiales para ponerse de acuerdo, la realidad es que veníamos de invertir casi 30 años en discutir si el fuego era real o no, si era perjudicial o no, y sobre la mejor manera de apagarlo, mientras las llamas lo iban devorando todo. Y con nosotros dentro. Seguimos dentro.
Pero es muy destacable, dentro de todo el escenario de contradicción, que las tensiones y conflictos geopolíticos actuales no se han usado como moneda de cambio durante la negociación, demostrando que esta cuestión se debe desarrollar en otro plano.
Además, se ha aprobado el primer fondo de compensación para los países del Sur más afectados por el cambio climático, y el dinero saldrá de los países industrializados del Norte, colocando una primera piedra de justicia climática, que es insuficiente pero que marca un precedente a escalar en el futuro.
El acuerdo también recoge el objetivo de triplicar la capacidad de energía renovable a nivel mundial y duplicar el promedio global de mejoras en la eficiencia energética para 2030. Esta es una solución sencilla que revitaliza nuestras economías y, sobre todo, que funciona.
Cumplir nuestra parte del trato
Desde la sociedad civil organizada y el tejido empresarial nos toca ahora impulsar, desplegar, auditar y ampliar estos acuerdos, pero también implicarnos más que nunca en cumplir con nuestra parte del trato.
Estoy hablando de cambios culturales globales. El estudio de Comportamiento Sostenibles, elaborado por Impact Hub Madrid e IMOP Insights, nos mostraba cómo una parte importante de la ciudadanía está de luto por el fin de la sociedad de consumo, un modelo que hemos alimentado todos en los últimos 70 años y que no está siendo fácil abandonar.
Abrazar nuevos paradigmas lo antes posible implica aceptar que hay costumbres y pautas que no podemos seguir manteniendo: es nuestra labor como ciudadanía recibirlo con realismo, pero también ilusión. Transitar paulatinamente hacia un modelo de bienestar basado en el decrecimiento o poscrecimiento y poner nuestra relación con el planeta en el centro de las iniciativas también tendrá unas ventajas inestimables en nuestra salud y calidad de vida.
En este sentido, el tejido económico local de nuestras regiones y localidades se debe entender como la solución y herramienta principal por la que apostar. Los movimientos posglobalización alumbran claramente esta dirección, llevando el eje de influencia y autosuficiencia estratégica no ya a nivel de país, sino a las mismas comarcas y regiones, que pasan a ser bioterritorios, células circulares vivas que carecen de periferia a la que ir a extraer recursos o enviar residuos.
La casa está en llamas, y llevamos jugando con fuego demasiado tiempo. No hay tiempo que perder para pasar a la acción y extinguirlo lo antes posible. En el futuro no se juzgará a esta generación por lo que ayer acordaron en un papel los líderes mundiales, sino por lo que fuimos capaces de hacer entre todos, pese a la inmensa dificultad que suponía, y la herencia que dejamos a los que vinieron detrás.
(*) Alberto Alonso de la Fuente, Head of Public Alliances de Impact Hub

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