Comprender la ciudad. Por (*) Asun Candela y José Carlos Sánchez (Prodigioso Volcan)

Publicado por: generico 30 de octubre, 2020

Todo el mundo sabría identificar una ciudad, pero no todo el mundo se pondría de acuerdo sobre qué debería ser. La ciudad es un conjunto de calles y edificios, pero también una unidad administrativa, la materialización de una estructura y orden social, una aspiración, una decepción… la huella de miles de experiencias. En todos los sentidos. Según Naciones Unidas, los núcleos urbanos ocupan el 3% de la tierra, pero representan entre el 60% y el 80% del consumo de energía y el 75% de las emisiones de carbono. Con más de la mitad de la población mundial asentada en ciudades (un porcentaje que solo se espera que crezca, sobre todo en los países en desarrollo), lo urbano cuenta incluso con su ODS particular, el 11, “ciudades y comunidades sostenibles”; lo urbano importa.

Una ciudad siempre es un conjunto de contextos. Superpuestos, relacionados. Un desarrollo urbano sostenible –garantizar el bienestar presente sin condicionar el futuro– no puede ignorar la especificidad de cada urbe. Al igual que la sostenibilidad se aleja progresivamente de lo estrictamente medioambiental, también lo hacen las ideas sobre qué debería ser una ciudad sostenible. Frente al dominio de la smart city o ciudad inteligente, se abren paso enfoques como el de las ciudades sensitivas frente a una visión, en ocasiones, demasiado tecnodeterminista de tecnología por tecnología, solución aislada y bulimia del dato.

En las ciudades, la sostenibilidad se construye en lo concreto y las diferencias entre lo táctico y lo estratégico imprimen su particular ritmo. Regar una ciudad de sensores para recoger datos puede ser inútil si no se sabe qué hacer con ellos. Un plan de ordenación urbana puede condicionar la música de una urbe para más de una década y tardar otra en aprobarse. El deseo de mejores ciudades ha acompañado históricamente al desarrollo urbano, pero no puede limitarse únicamente a grandes operaciones urbanísticas. Tampoco a las ideas en exclusiva de urbanistas y arquitectos.

vehículo eléctrico
Archivo  EFE/ Cyril Zingaro

Movilidad y ciudades menos contaminantes

Un buen ejemplo es la movilidad. Necesitamos ciudades menos contaminantes, con mayor calidad del aire. Para ello, se debe reducir el uso del vehículo privado y promover nuevas formas de movilidad. Convertir esta visión estratégica en decisiones tácticas tiene más matices: no es lo mismo apostar por reforzar el transporte público colectivo que incentivar el uso de plataformas de vehículos compartidos como coches eléctricos, que quizá contaminen menos pero siguen ocupando la vía pública en contra de un mayor espacio para los peatones y el uso público de las calles en forma de zonas verdes o simplemente para desplazarse a pie.

Frente a la confianza smart durante mucho tiempo en los vehículos autónomos, parece que son los vehículos de movilidad personal como los patinetes los que pueden transformar los desplazamientos. Una estrategia sostenible, sin embargo y como analizábamos en nuestro informe de tendencias Exploratorium 2020, debe abordar cómo regular el uso del espacio público y la explotación de los datos –la gran mayoría en manos de empresas privadas– generados por todos estos servicios de micromovilidad. Debe tener presentes todas las implicaciones, no solo las más directas y a corto plazo.

El impacto de la COVID-19, que también ha alterado y alterará nuestros espacios cotidianos, apremia a ello. Así lo expresa la última edición del índice IESE Cities In Motion, que defiende que “hoy más que nunca, las ciudades necesitan desarrollar un proceso de planificación estratégica [y] plantearse vías de innovación y priorizar los aspectos más importantes para su futuro”.

Gobernanza inteligente

El índice apunta a la gobernanza inteligente como respuesta, a la búsqueda de una visión global que “tenga en cuenta todos los factores y actores sociales”. Más allá de la forma final que adquiera, es obvio que necesitamos nuevas formas de comprender, diseñar y transformar las ciudades. También de que los actores urbanos comprendan las ciudades y su rol en ellas: una administración consciente y una ciudadanía comprometida, pero también empresas cívicas donde la sostenibilidad sea menos un valor añadido y más un valor intrínseco. Apoyo al comercio local, incentivo de trayectos sostenibles al trabajo, fomento del teletrabajo y evitar el presencialismo (también en su nueva versión digital) son algunas formas. No solo grandes proyectos, sino cambiar el día a día, lo cotidiano… la ciudad.

Porque de entre todas las cosas que puede ser una ciudad, una de las más importantes es un espacio de relación. De nada sirven ciudades conectadas que no permiten conectar. Por falta de espacios, recursos o tiempo. Una ciudad sostenible debe ser digital, accesible y clara. Esta claridad urbana es un plano de metro que se entienda, información municipal actualizada y accesible y también multas que no lleven a confusión; procesos claros. La ciudad sostenible debería ser, ante todo, de la ciudadanía. Y, al menos en Europa, es improbable que tenga que ver con crear ciudades ex novo. El arquitecto italiano e investigador del MIT Carlo Ratti, promotor destacado de las ciudades sensitivas, suele defender que arquitectónicamente la ciudad no cambiará mucho, sino que lo hará “nuestra manera de experimentar la ciudad, la convergencia del mundo físico y digital.”. Una convergencia equilibrada, sostenible. No queda otra.

(*) Asun Candela, directora de proyectos de sostenibilidad de Prodigioso Volcan

(*) José Carlos Sánchez, responsable de proyecto de transformación de Prodigioso Volcan

 

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Esta tribuna puede reproducirse libremente citando a sus autores y a EFEverde

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