Jesús Yago.- El cambio climático es un hecho que, a pesar del escándalo del “Climategate”, ya pocos ponen en duda. Los recursos naturales finitos tienen punto final. Sencillamente se acaban, aunque antes se vuelven inexplotables por el elevado costo de extracción. La generación de emisiones, vertidos y residuos por encima de las tasas de asimilación de la naturaleza ponen en jaque, y a veces con mate, a unos ecosistemas cada vez más frágiles. Todo esto lo sabemos y surge como respuesta irrenunciable el movimiento ecologista. Pero el ecologismo actual padece cojera, y es grave.
Las empresas a las que les aplica la amplia carga normativa ambiental tienen un abultado pero necesario listado de obligaciones medioambientales. Y muy cerca a la Administración Pública que vela por que se cumpla. Sin embargo, al ciudadano de a pie sólo “se le anima”, “se le recomienda” o “se le ruega”.
Ecologismo y empresas
Las empresas emisoras de CO2 tienen un cupo anual asignado por la Administración y si lo rebasan toca pagar. Ahora está a 15 € la tonelada de CO2, pero el precio varía según la oferta y demanda, como los tomates en el mercado. El ciudadano puede tener todas las luces encendidas, el aire acondicionado a 18ºC y las ventanas abiertas al mismo tiempo sin ningún tipo de consecuencias. Si paga más es por el consumo de energía, no por las emisiones de CO2 o el despilfarro. Y, además, el consumo está “subvencionado” ya que el cisma tarifario lo acaba pagando el Estado. Focalizar el problema exclusivamente en las empresas es quedarse con la mitad de la causa, sufrir de cojera ecologista.
A las empresas automovilísticas se les ha impuesto que fabriquen coches con tasas de emisión de CO2 por kilómetro recorrido verdaderamente exigentes y, por supuesto, necesarias. Ahora bien, el ciudadano usa el coche para comprar el pan a 50 metros de casa y deja el motor en marcha mientras recoge la baguette, compra el periódico del kiosko de al lado y le comenta la película que vio ayer al frutero. Rasgarnos las vestiduras ante las empresas automovilísticas y no hacer una pertinente reflexión interior sobre nuestros hábitos en el uso del coche es sufrir de ecologismo cojo.
Nueva cultura del agua
Lograr una concesión de aguas en alguna de las cuencas del sur (Guadalquivir, Segura, etc) para que una industria desarrolle su proceso industrial es misión imposible. Ahora bien, los cientos de miles de pozos ilegales (y no exagero a pesar de ser del sur) de los chalets de particulares en el campo que extraen aguas sin control parecen intocables. Y además con el agravante de que todas las Administraciones los conocen y saben su ubicación. Por supuesto, la casita en el campo es ilegal, como mucho cuelan con el requiebro legal de “almacén de aperos” y con la manifiesta connivencia de los Ayuntamientos. Hablar de la Nueva Cultura del Agua y no meter el dedo en esta llana es padecer de ecologismo cojo.
La protección del medio ambiente implica corresponsabilidad. Y todos sacamos pecho de ecologismo hasta que nos toca remangarnos: un impuesto por emisiones de CO2 en el combustible, establecer multas por no separar en origen las diferentes fracciones de la basura, regular por normativa conductas manifiestamente despilfarradoras o rascarse un poco el bolsillo con un producto ecológico. Nuestra fachada verde empalidece cuando nos damos cuenta que sencillos cambios de hábitos pueden hacer mucho por el medio ambiente y, sin embargo, no los hacemos. Entonces nos entra el ecologismo cojo. Empezamos a cargarle el muerto a las empresas, gobiernos e instituciones y las señalamos con el dedo acusador. Tiramos con ligereza la primera piedra sin reflexionar con calma sobre nuestros hábitos y responsabilidad.
No quiero aburrir pero ejemplos hay muchos. Además, la excusa de que la ciudadanía tiene poco peso en los impactos ambientales no es cierta, y las cifras cantan: el control de emisiones de CO2 al que se ven sometidas las empresas abarca el 50% de las emisiones totales. El otro 50% es conocido como “sector difuso”, donde se inserta el vehículo privado y emisiones domésticas. No es comprensible que alguien enarbole la bandera verde del medio ambiente y, al mismo tiempo, aún mantenga alguna bobilla incandescente (baja eficiencia) en las lámparas de casa. El hecho de que el Estado tenga que regalar a la ciudadanía bombillas de bajo consumo demuestra, indirectamente, que somos unos ecologistas inmaduros, de fachada
He leído en un post de EFEverde que los ciudadanos deben exigir, focalizando las demandas a las empresas, gobiernos, Comisión Europea, Organismos Internacionales, etc. Y, desde luego, debe ser así. Pero para hacerlo con “ética verde” antes debemos reflexionar, analizar con calma nuestra corresponsabilidad y actuar en nuestro propio ámbito. Si no lo hacemos, sufrimos de ecologismo cojo.
Jesús Yago es Licenciado en Ciencias Ambientales y experto en la prevención y el control de la contaminación y de las emisiones de gases de efecto invernadero. Ha sido consultor de diferentes empresas y ayuntamientos, y desde 2007 es responsable de Medio Ambiente y Sistema de Gestión Integrado en una de las principales industrias cerámicas de Andalucía.
[divider]Esta tribuna puede reproducirse libremente citando a sus autores y a EFEverde
Otras tribunas de Creadores de Opinión Verde (#CDO)
Creadores de Opinión Verde #CDO es un blog colectivo coordinado por Arturo Larena , director de EFEferde y EFEfuturo
[divider]